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    Jehudiel Manoa Briano Gómez

    Lic. Lengua y Literatura Hispanoamericanas

     

    La Filosofía para el Doctor Madrigal, es «aquella aspiración humana, por la Sabiduría,
    que dignifica el estilo de vida, misma que se construye, cuando cada vez estamos más cerca de ella».

    Nacido el 21 de enero de 1951 en Atemajac de Brizuela, Jalisco, nos dice que esta inquietud comienza desde niño, al haber vivido en cercanía con la naturaleza (ríos, montañas y animales silvestres). Así, el espíritu filosófico ya estaba fuertemente implícito en su personalidad, desde la pequeña actividad de disfrutar de las pequeñas cosas. Él, como a cualquier filósofo existencialista, también tenía dudas sobre los motivos por los que todo, en cuanto es, hace presencia en el mundo. De ahí su fascinación por la Filosofía. Aunque él no llegó a sentirse abrumado por vivir, ya que su padre le inculcaba el trabajo, para que así la valorara mucho más.

    Al llegar su etapa de adolescente juvenil, en las clases de Filosofía, le daba cierta gracia cuando los maestros intentaban responder a las preguntas que formulaba en la asignatura de Antropología Filosófica, con respecto al propósito de la existencia. Sucedía que él no se quedaba contento con la respuesta que recibía, incluso hasta era regañado muchas veces. El lenguaje es la casa del ser, como Heidegger expresa, pero la vida no se reduce a meros términos, o a experiencias propias o ajenas; en contraposición con Wittgenstein, los límites del lenguaje no son los límites de la realidad. Aunque parezca irónico, hay un concepto fundamental que, en la vida del Doctor Madrigal, le ha permitido aprovechar de su aquí y ahora: trascendencia; “saber más, para ser más”. Es el lema de la Universidad del Valle de Atemajac, donde egresó como Licenciado en Filosofía.

    El interés por la Filosofía fue creciendo más con la ayuda de orientaciones cristianas, propias de los sacerdotes que impartían clases en la UNIVA. De ahí asumió el valor de la vida como un completo misterio, pero eso mismo (nos dice) incentiva a ser capaz de autoconocimiento, fluir e impactar en todo lo que acontece, y así, cultivar en otros el responder ¡sí! A vivir, a profesionalizarse, a creer Dios; en uno mismo, y en que es posible ser ejemplo, o apoyo en la vida de otros en lo que se necesite, puesto que todos necesitamos de todos.

    El Doctor Madrigal entendió bien lo que implica ser un humano que desarrolla su «yo», junto con el otro; el servir con fervor a la comunidad. Que no desee el tener más, sino ser más, junto con los demás y coadyuvar en la búsqueda del bienestar en comunidad.

    Cuando tuvo la oportunidad y la dicha de vivir en Chiapas y con el paso del tiempo ser Director de Educación Secundaria, Media y Superior de este Estado, supervisar y acompañar en el proceso de creación de la Licenciatura en Filosofía en el Instituto de Estudios Superiores Tomás de Aquino, y propiamente de la Universidad Autónoma de Chiapas, fue uno de los muchísimos momentos más significativos de su carrera. Le estamos muy agradecidos.

    La Educación implica una ardua responsabilidad: que todos nosotros, por derecho y obligación desarrollemos al máximo nuestras posibilidades en nuestro quehacer vivencial y académico. La tenemos inscrita en nuestra naturaleza como aquella herramienta que nos sirve para mejorar las condiciones de vida, tanto individual, como colectivamente. Somos sujetos de cambio posible y eficiente, pero también en el proceso cambiamos nosotros mismos. Eso enriquece y nos contagia más (para esta ocasión) hacia el quehacer filosófico auténtico.

    Gracias por el amor y la dedicación a su trabajo, la huella que él dejó a la familia UNACH, es inconmensurablemente hermosa, al estudiar y enseñar en la Facultad de Humanidades. ¡Gracias Doctor Madrigal!, por contagiarnos su sueño de ejercer con gran ímpetu cualquier labor profesional, y darnos el ejemplo de que todo lo que nos proponemos, si trabajamos en ello, lo logramos. Si no hay amor a lo que nos dedicamos, la desgracia empieza desde ahí. El amor es el fuerte de aquel espíritu que se perfecciona hacia el bien ontológico y ético. Y una vez que lo logra; el amor también es el fuerte de aquel que es capaz de conducir a otros a dicha perfección.

    En conclusión, no olvidemos que en (la) Σoφíα, hayamos el consuelo que necesitamos. El Doctor Madrigal nos recuerda que el verdadero filosofar forma parte de una gran fiesta; es un sentimiento gozoso, que ayuda a conocer y, también, amar las maravillas que nos ofrece el universo; como también a apreciar la realidad humana. En este mundo bello, pero también bastante cruel, dejemos nuestro corazón en nuestros sueños. Tengamos presente, constantemente, en nuestros momentos de angustia lo que dice el Estagirita: «La esperanza es el sueño de los despiertos». Así pues, podemos hacer del mundo un lugar mejor, ¿lo haremos? Esa es la cuestión. Como filós... bueno, aspirantes a licenciados en Filosofía (hay que ser humildes, ¿verdad?) Σoφíα nos invita, más que a transformar la realidad, a ser autónomos en el pensamiento, desde nuestra cultura. 

    La finalidad última del ser humano, desde la dimensión profesional, es realizarnos como personas; encontrarnos en nuestra autenticidad, y ayudar a otros a lograrlo. Tal y como Tomás de Aquino, apreciemos a la Sabiduría como ciencia prudente. La filosofía no únicamente es teoría, es praxis, aplicable, vivencial. Ya que ser prudente es el oficio del sabio.

    Gracias, Doctor Luis Madrigal Frías, por habernos instruido y por acompañarnos en este maravilloso proceso.

    Nancy Janet Gómez Sarmiento

    Licenciatura en Comunicación

     

    Nunca se es consciente realmente de lo que trae consigo el significado de “la muerte” ¿Un proceso natural? ¿Separación de alma y cuerpo? La llaman la culminación de las experiencias, el fin de un ser que pudo traer grandes maravillas consigo o pudo crear grandes problemas. Tal vez, cuando se es pequeño, uno no se detiene a pensar seriamente lo que conlleva aquello a lo que los adultos parecen temerle, casi respetarle; se es un niño, no hay tiempo para pensamientos complicados, es hora de jugar. Cuando se atraviesa la tormentosa edad de la adolescencia, estamos tan enfrascados en nuestras propias dificultades como para detenernos a analizar lo que significaría nuestro deceso, aunque hasta esa edad uno ya ha experimentado pérdidas significativas, desde una fiel compañía de cuatro patas hasta aquellas personas de piel arrugada y olor nostálgico que estaban más que dispuestos a levantarse de sus asientos, aún con el dolor en sus desgastados huesos y todo para poder jugar con nosotros.

    Uno todavía es joven, están las experiencias que se sobreponen a los pensamientos tristes de la ausencia, es temprano para preocuparse, necesitamos comernos el mundo, vivir todas las maravillosas experiencias que tanto observamos en redes digitales o escuchamos de las anécdotas de nuestros padres. Vemos partir a gente que, a pesar de jamás conocerlos en persona, uno siente esa cercanía como si hubiese sido un familiar que te veía crecer, grandes artistas que dejan un legado en el plano terrenal. Vemos partir a gente a pesar de jamás conocerlas.

    Oh, ahora sí es tiempo de pensar… ¿Y si yo me voy, qué legado puedo dejar en este mundo? No soy famoso, no soy influyente ni he contribuido a la sociedad como para que tras mi partida todos me recuerden con fervor. Solo soy un simple humano, llevando una vida ordinaria, no soy nada extraordinario y no creo lograr serlo. La muerte ya empieza a preocuparnos, empezamos a temerle, la gente va alejándose cada vez más y tan rápido que es como si fuera una amarga cachetada de la propia vida, un duro recordatorio de “¡Hey! ¡Atento! El tiempo se termina”. ¿Es triste tener que recurrir a las obras de artistas, a las fotos de tus familiares o a anécdotas de conocidos sólo para no olvidarlos? No, no lo creo, de alguna manera todo lo que realizamos en esta vida será recordado, unos más que otros. ¿Y de los que perdieron a sus familiares? ¿Qué tal de los que vagan en las calles? ¿De aquellas personas que jamás fueron identificadas? A veces la vida puede ser cruel, no tan justa… Las personas buenas son arrebatadas de este mundo, personas inocentes sobreviven infiernos que ellos no pidieron vivir, uno por pecador pagan todos. Seres tan jóvenes son alejados abruptamente, no hay experiencias por delante, no hay metas por cumplir, pues el tiempo les ha llamado, algo prematuro, pero así es. Tal vez no era esta la vida que estaban destinados a vivir, en la siguiente todo puede ir mejor, a final de cuentas, las cosas pasan por algo.

    Seguramente, entre esos momentos de diversión que teníamos cuando niños, hubo ese sentimiento incapaz de describir pero qué prevalencia ahí, un miedo a algo que no podíamos ver ni sentir, no sabíamos exactamente lo que era la muerte… Pero el pensarla era escalofriante. Nadando en un mar de desesperación e incomprensión, los adolescentes son seriamente conscientes de lo que es la muerte y hasta se puede llegar a pensar en dejar de nadar sobre aquellas aguas turbulentas para poder tener un descanso. Date un vistazo, somos adultos ahora. ¿Hemos hecho ya algo que podría vivir en la memoria de todos? ¿Le tenemos miedo a la muerte o hemos aceptado que es un destino que nadie puede evitar? Existe algo que es cierto, algo que decía mi abuelo antes de ser llamado; “Silenciosa puede ser la que viste de negro y anda en penumbras, casi nunca la verás llegar, puede que te dé pequeños avisos, sin embargo, jamás sabrá cuándo ni dónde te tocará, no importa si se es viejo, joven o muy pequeño, para la muerte no existe distinción.” Es demasiado pronto para preocuparnos, haremos historia con nuestra sola existencia, si quieres cambiar al mundo.

    ¡Está perfecto! Sí quieres vivir de manera tranquila ¡Eso es genial! No tendremos un aviso de cuándo será nuestro turno de recibir el llamado, o cuando uno de nuestros seres cercanos podrán dejarnos atrás. Así que, solo vive. Perdona, ama, ríete, diviértete a tu manera, expresa tus emociones, sé libre, sé feliz. La vida es tan minúscula como para estar llenos de odio.