Cuando el tiempo llama
Por Nancy Janet Gómez Sarmiento / Lic. en Comunicación
Nunca se es realmente consciente de lo que trae consigo el significado de “la muerte”. ¿Un proceso natural? ¿Separación de alma y cuerpo? La llaman la culminación de las experiencias, el fin de un ser que pudo traer grandes maravillas consigo o pudo crear grandes problemas.
Tal vez, cuando se es pequeño, uno no se detiene a pensar seriamente, lo que conlleva aquello a lo que los adultos parecen temerle, casi respetarle; se es un niño, no hay tiempo para pensamientos complicados, es hora de jugar.
Cuando se atraviesa la tormentosa edad de la adolescencia, estamos tan enfrascados en nuestras propias dificultades como para detenernos a analizar lo que significaría nuestro deceso, aunque hasta esa edad uno ya ha experimentado pérdidas significativas, desde una fiel compañía de cuatro patas hasta aquellas personas de piel arrugada y olor nostálgico que estaban más que dispuestos a levantarse de sus asientos, aún con el dolor en sus desgastados huesos y todo para poder jugar con nosotros.
Uno todavía es joven, están las experiencias que se sobreponen a los pensamientos tristes de la ausencia, es temprano para preocuparse, necesitamos comernos el mundo, vivir todas las maravillosas experiencias que tanto observamos en redes digitales o escuchamos de las anécdotas de nuestros padres.
Vemos partir a gente que, a pesar de jamás conocerlos en persona, uno siente esa cercanía como si hubiese sido un familiar que te veía crecer, grandes artistas que dejan un legado en el plano terrenal.
¡Oh! Ahora sí es tiempo de pensar… ¿Y si yo me voy, qué legado puedo dejar en este mundo? No soy famoso, no soy influyente ni he contribuido a la sociedad como para que tras mi partida todos me recuerden con fervor.
Solo soy un simple humano, llevando una vida ordinaria, no soy nada extraordinario y no creo lograr serlo.
La muerte ya empieza a preocuparnos, empezamos a temerle, la gente va alejándose cada vez más y tan rápido como si fuera una amarga cachetada de la propia vida, un duro recordatorio de “¡Hey! ¡Atento! El tiempo se termina”¿Es triste tener que recurrir a las obras de artistas, a las fotos de tus familiares o a anécdotas de conocidos solo para no olvidarlos? No, no lo creo, de alguna manera todo lo que realizamos en esta vida será recordado, uno más que otro.
¿Y los que perdieron a sus familiares? ¿Qué tal de los que vagan en las calles? ¿De aquellas personas que jamás fueron identificadas? A veces la vida puede ser cruel, injusta… Las personas buenas son arrebatadas de este mundo, personas inocentes sobreviven infiernos que ellos no pidieron vivir, uno por pecador pagan todos. Seres tan jóvenes son alejados abruptamente, no hay experiencias por delante, no hay metas por cumplir, pues el tiempo les ha llamado, algo prematuro, pero así es.
Tal vez no era esta la vida que estaban destinados a vivir, en la siguiente todo puede ir mejor, a final de cuentas, las cosas pasan por algo.
Seguramente, entre esos momentos de diversión que teníamos cuando niños, hubo ese sentimiento incapaz de describir, pero prevalecía ahí, un miedo a algo que no podíamos ver ni sentir, no sabíamos exactamente lo que era la muerte… Pero el pensarla era escalofriante.
Nadando en un mar de desesperación e incomprensión, los adolescentes son seriamente conscientes de lo que es la muerte y hasta se puede llegar a pensar en dejar de nadar sobre aquellas aguas turbulentas para poder tener un descanso.
Date un vistazo, somos adultos ahora. ¿Hemos hecho ya algo que podría vivir en la memoria de todos?¿Le tenemos miedo a la muerte o hemos aceptado que es un destino que nadie puede evitar?
Existe algo que es cierto, algo que decía mi abuelo antes de ser llamado; “Silenciosa puede ser la que viste de negro y anda en penumbras, casi nunca la verás llegar, puede que te dé pequeños avisos, sin embargo, jamás sabrás cuándo ni dónde te tocará, no importa si se es viejo, joven o muy pequeño, para la muerte no existe distinción”
“No le temas al lugar al que vayas, la muerte ya tiene escrita dónde darás tu último suspiro” Es demasiado pronto para preocuparnos, haremos historia con nuestra sola existencia, si quieres cambiar al mundo ¡Está perfecto! Si quieres vivir de manera tranquila ¡Eso es genial! No tendremos un aviso de cuándo será nuestro turno de recibir el llamado, o cuándo uno de nuestros seres cercanos podrán dejarnos atrás.
Así que, ¡solo vive! Perdona, ama, ríe, diviértete a tu manera, expresa tus emociones, sé libre, sé feliz. La vida es tan minúscula como para estar llenos de odio.
El mundo no merece nada
Por Elizabeth Alondra Hernández Vázquez / Lic. en Comunicación
En un mundo tan complejo las personas se aislan y son cegadas por la pandemia llamada avarica y odio
El mundo no merece nada, no son merecedores de la benevolencia de la tierra, no merecen la amabilidad de los animales ni su compasión, no merecen ni siquiera seguir respirando y es la razón de la cual Dios destruyó naciones antes que Jesús viniera a este plano infernal a la que llaman tierra. Es por eso que la humanidad no merece las indulgencias que las pocas víctimas le tienen, inocentes mueren todos los días por causa de esta estúpida pandemia llamada odio.
Todos los días la madre Naturaleza agoniza y grita por piedad a estos hijos ingratos quienes tienen él atrevimiento de llamarse dueños de la tierra por tener papeles que aseguran tener valor. Y le arrebatarán hasta el último aliento a nuestra madre, en nombre de la codicia. Y es en nombre de la codicia verdadera que estas bestias hacen lo que quieran, arrebatan vidas, aunque no necesiten matarlos, esclavizan a los inocentes y eso nos hace peor que las bestias, ¿merecemos ser exterminados por esas cuantas bestias?, y eso nos matará y es por eso que no merecemos las indulgencias de los inocentes, ni la misericordia de la naturaleza, ni la bondad de los animales.