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  • Cuentos - Edición XV

    Julissa Janeth Toala Genovez

    Lengua y Literatura Hispanoamericana

    Esa mañana desperté y no estaba en la cama de mi apartamento, era la casa de mis padres. Los recuerdos de la infancia me invadían, al principio creí que seguía soñando, lo intenté todo para despertar, desde pellizcos hasta cachetadas. Nada funcionó. Resignada, opté por investigar primero el día y el año en el que residía.

    Bajé con el pijama puesto y me dirigí a la cocina. Ahí estaba ella, mi hermosa madre. Han pasado años desde la última vez que la vi. Me sonrió como siempre y corrí a abrazarla, me dijo que me sentara para desayunar. De camino al comedor, me paralicé al verlo. También estaba él, mi padre. Quién diría que detrás de esa apariencia de ser amoroso, habitaba un demonio que la llevaría a la muerte.

    Después de varias horas, descubrí que mi edad había cambiado a la de una niña de nueve años. Aún no lograba comprender si la vida me brindaba una segunda oportunidad para rectificar el camino y arreglar las cosas, o si era un sueño y nada más.

    No había calendarios en casa de mis padres y tampoco un indicio que me señalaran la fecha de este misterioso día, pero intuí que era fin de semana porque no fui a la escuela. Luego de algunas horas, decidí preguntarle a mi madre para resolver este enigma:

    —Mami, ¿qué día es hoy?

    Ella sonrió, mientras tranquilamente me dijo:

    —Es 8 de noviembre, cariño.

    Fue entonces cuando lo entendí. Era el fatídico día en que ocurrieron los sucesos qué cambiaron mi vida para siempre.

    Era demasiado tarde para alterar el rumbo de los hechos, padre ya se había ido y eso no se podía cambiar, debía encontrar la manera de sacar a mi mamá de la casa, pero una niña de nueve años no tiene tanto poder sobre los adultos.

    Más pronto de lo esperado, cayó la tarde. La hora se acercaba.

    —Mami, vamos al parque— le dije con mucha ansiedad.

    —No, mi cielo, ya es tarde y tu padre no tardará en llegar— me contestó.

    La fuerza que ejercía mi padre sobre mi mamá era absoluta y ella no podía salir de casa si él no se lo permitía.

    —¡Por favor, mamita, vamos al parque, es necesario! — le rogué con lágrimas en los ojos.

    Cada vez faltaba menos.

    —No, mi cielo, cuando venga papá le decimos que nos lleve mañana.

    Comencé a llorar ante la inminente verdad que se acercaba con pasos estridentes.

    De pronto, padre abrió la puerta de la casa, estaba ebrio, más de lo que nunca había estado, vio a mamá, le exigió comida, luego me vio, pidió que me sentara en sus piernas, me negué sabiendo lo que venía ahora, mi mamá me empujó hacia él y dijo que no lo hiciera enojar.

    Lo hice, me senté en sus piernas, mi mamá fue a la cocina dejándonos solos. Él comenzó a tocarme descaradamente, comencé a llorar.

    Al escucharlo, mi mamá lo vio todo, los hechos se repetían.

    Él se enojó por mi llanto, ella intentó defenderme, la golpeó hasta dejarla en el suelo, mi mamá lloraba, en seguida, padre se dio la vuelta y empezó a bajarse los pantalones, ella no lo dudó y lo golpeó en la cabeza con un jarrón, me tomó de la mano y corrimos, salimos a la carretera. Padre nos perseguía, yo sólo cerré los ojos con fuerza. Cuando los abrí me encontraba de nuevo en mi cama, las lágrimas caían sobre mi rostro. Fue sólo el recuerdo de los hechos pasados. Vi mi teléfono y era 8 de noviembre.

    Si tan sólo mi madre lo hubiera dejado antes.

    —Se hace tarde, debo visitar el panteón.

     

    Dulce María Trejo Ramos

    Licenciatura en Lengue y Literatura Hispanoamericanas

    Llego junto a ti, te veo, pero tú ya no me ves, te hablo y no respondes, salgo de ahí, huyo y trato de correr, pero me lo impiden, cierro los ojos y te vuelvo a ver, te recuerdo, me sonríes, aún me sonríes, me nombras, me abrazas, me guías.

    Me preguntan por ti, las lágrimas salen por borbotones de mis ojos y no es posible controlarlas, no puedo parar, siguen saliendo, intento hablar y no puedo, mi voz se quiebra, mi voz ya no se escucha, respiro y trato de calmarme pero no es posible, tampoco puedo respirar, no sé cómo hacerlo, lo olvide, mi cuerpo necesita aire, inhalo mucho, más de lo necesario, se atora entre mis pulmones, no puedo sacar el aire y siento que necesito otro poco, necesito respirar pero no sé hacerlo, el aire entra y ya no puede salir, se atora en mi garganta, ahí está, ahí hay algo y me duele.

    Quiero pedir ayudar y nadie me escucha, porque no digo nada, solo quiero gritar pero no puedo, no puedo controlar mis lágrimas, no puedo hablar, no puedo respirar, no puedo gritar. Nadie me ayuda y mi garganta sigue doliendo, nadie ve mi dolor, nadie lo siente, me rodean, me ven y me abrazan, no siento sus abrazos, no los quiero, no es lo que necesito, pero no puedo decirles.

    Llevo así mucho tiempo y no puedo seguir, me desvanezco, me suelto, me caigo, me sostienen, me hablan, me miran, corren, se asustan, pienso en ti, te recuerdo, no estás, no estarás más. No pueden hacer nada, me consuelan, los ignoro, me preguntan, no respondo, no puedo, solo sé llorar, cierro los ojos y no hay nada, no recuerdo más, te has ido, me dejaste, no es posible olvidar. Te has muerto.  

    Lucero Amairani Natarén de Lucio
    Lic. Comunicación

    Quisiera tener la paciencia de ella, a pesar del tiempo de no verlo, sigue ahí, esperando que él regrese como lo prometió.
    Corre el día 599 de ilusiones. Aún cree estar enamorada.
    Hace un poco más de dos años su novio le dijo que se iría de la ciudad por cuestiones de trabajo. Sólo estaría ausente por tres meses. Ella sabiendo su ritmo de vida, permitió que él partiera con la seguridad que ella estaría ahí para su regreso.
    Pasaron tres meses y con ellos llegó el anunció que no volvería, “que le renovaron su contrato”. Con tristeza ella nuevamente le dijo que “la distancia no era nada, que aun cuando no lo viera sentiría el mismo amor por él”.
    Él le llamaba, le escribía, -no discutían-, generalmente hablaban de lo que sucedía en el día a día. Al sexto mes de su ausencia. Ella recibe una llamada de él, -como siempre ella la recibía con felicidad y el anhelo de que él le dijera que ya vendría-.
    Esta llamada fue la número 598, -pero no de ilusiones-. Él dijo que no sabía cuándo regresaría, pero que por el “bien de ella y para que no estuviera esperándolo, le deseaba lo mejor, que buscara hacer feliz a alguien más. Él comprendía que su inteligencia y juventud no eran eternas, y no deseaba ella siguiera haciéndose ilusiones con algo que era incierto”.
    Ella, con lágrimas en sus ojos aceptó la decisión, -no del todo convencida-. Ella le expresó que cuando él regresara ella siempre iba a estar ahí. Él pidió le permitiera estar en contacto con ella, “si no una vez a la semana, por lo menos una vez a la quincena”. Ella aceptó.
    Ella siguió con su camino, proyectos, metas, y de pronto llegó otra persona en su vida. -Ella no cree en el amor a primera vista, pero sí se sorprendió cuando conoció a esa persona “excepcional”. Conocerlo fue agradable-. Después de varias salidas iniciaron algo que “ni nombre tenía”; cuando decidieron darle uno todo cambió.
    Comenzaron las discusiones, los celos, cuestionamientos absurdos. -Comenzaba a aburrirse, todo era monótono, sin duda eso se iría a la basura-, “nada cuenta, nada vale”. Él dijo estaría ahí para ella, pero no la llamaba regularmente, tampoco se veían seguido, mucho menos salían de paseo.
    Un día la chica tuvo que viajar fuera de la ciudad. Él insistió en que viajara solo por dos días. Él se quedó, ella enfermó durante su viaje y no pudo regresar en esos dos días. -El médico que la atendió cambió sus planes por un mes-.
    En ese tiempo, ella no recibía llamadas, ni mensajes de parte de él; cuando ella intentó comunicarse con él, notaba sus respuestas o su voz de maneras poco agradables, -su intuición nunca falla, ella comenzaba a notar más indicios de no importancia, pero tenía esa pequeña ilusión de que en su regreso quizá las cosas cambiarían-.
    Al mes ella regresó; él había prometido que llegaría por ella, -nunca llegó, nunca se interesó-.

    Con aún un poco de esperanza, ella decidió llamarlo para saber qué sucedió. Él jamás contestó; ella decidió sólo dejarle un mensaje con la frase: “ya entendí”.
    Esa “nueva persona” se fue de su vida, -pudo darle una explicación, no lo hizo, ella tampoco lo intentó, ya había perdido demasiado su orgullo como para seguir intentando algo que ni recuerda cómo debía llamarle-. A su cabeza vino la frase que meses atrás él le dijo: “solo te pido que por favor no hables mal, ni bien de mí”. Para ella eso significó “ni siquiera existí en tu vida”. Aceptó.
    Ahora han pasado tres meses de ese suceso, ella podría decirle que fue un cobarde, un imbécil por jugar con ella, pero no lo dijo, ella infiere que él lo sabe; ella siempre le preguntó qué realmente quería; si era una relación de noviazgo lo aceptaría, sino era así, lo pensaría, pero él dijo “la quería”.
    Ella se encuentra feliz, agradecida por las experiencias que han llegado a su vida, no cuestiona nada, solo acepta los procesos; ella aún se ilusiona, ella aún ama, ella aún cree que algún día llegará esa persona adecuada. No quiere adelantar procesos, vive el día a día.
    Ella se encuentra feliz, agradecida por las experiencias que han llegado a su vida, no cuestiona nada, solo acepta los procesos; ella aún se ilusiona, ella aún ama, ella aún cree que algún día llegará esa persona adecuada. No quiere adelantar procesos, vive el día a día.
    En la madrugada del 14 septiembre 2018, la chica recibió una llamada a las 2 de la mañana. Era él, su “primer amor”, esa persona que dijo solo iría a trabajar fuera de la ciudad por meses. Le llamó pidiendo perdón. Él supo lo que surgió con “la nueva persona”, y no la cuestionó, -él le dio ese consejo-, él siempre estuvo al pendiente de ella, supo de las discusiones, de los celos, él solo le decía: “paciencia, paciencia”.
    Él llamó para decirle que hoy viene a la ciudad por unos días, -ella pudo emocionarse, pero supone esta será la ilusión número 599. El no vendrá, una vez más jugará con sus emociones, él no vendrá-.

     

    Roxana Aguilar Rebollo

    Licenciatura en Filosofía

    Mi estado de sueño después del fallecimiento de mi padre se manifestaba de una forma extraña, despertaba lento, como si mi cuerpo reaccionara mucho antes que mi mente, así pasaban varios minutos, en un estado seminconsciente, faltando quizá la memoria. Me sentía muchas veces caminando entre el sueño y la vigilia, y mi imaginación no hacía más que mostrarme un desfile de imágenes de ataúdes, gusanos, esqueletos y tumbas, como un collage que lo único que buscaba era mostrar el campo semántico de mi dolor. Una mañana desperté abatido por una aparente guerra imaginaria dentro de mi cabeza, noté que mi madre se encontraba frente al espejo. Al verme sentado en la penumbra me apresuró.

    -Miguel, ven ayudarme con tu papá, necesito llevarlo al baño antes de irme.

    Yo no podía contenerme quizá a causa del insomnio prolongado, y únicamente después de luchar intempestivamente, me despabilé y fui en auxilio de mi padre. La enfermedad lo tenía desgastado, su peso era ligero y dócil a mi cuidado, lo senté en el excusado, tomé el papel de baño y lo dejé a su alcance, acomodé sus pantuflas justo a sus pies y después me dispuse a verme en el espejo del lavabo mientras esperaba.

    -¡Estoy muy cansado! Yo creo que esto de tu velorio me desgastó mucho. Después de pronunciar esto me mire unos segundos fijamente al espejo, me mantuve estático, no me arriesgue a ejecutar el más mínimo esfuerzo que pudiera revelarme la verdad, el miedo se apoderaba de mí y entonces pronuncié la frase

    -¡Pero si tú ya estás muerto!

    La realidad me sacudió y desperté, me vi frente al espejo tomado fuertemente de los bordes del lavabo y no comprendí cómo había llegado hasta ahí. Volteé entonces a ver el excusado, mi padre ya no estaba, pero si las cosas de aquella rutina trivial que durante el último año mantuve con él, incluyendo aquellas pantuflas en espera de sus pies que fueron enterradas junto a él. El miedo se apoderó de mí, me lavé el rostro y me dispuse a salir de casa lo antes posible. La cabeza me daba vueltas y al llegar a la esquina, me descubrí en la entrada de la Clínica Santa María. Entré y caminé por un pasillo hacia una habitación al fondo del edificio. Me detuve frente a una habitación. No puedo describir cómo, pero supe que mi padre estaba dentro. Al abrir lentamente la puerta, observé el bulto junto a la cama, lentamente me acerqué y lo vi ahí, fatigado, por aquella desmesurada agonía, sentí desmayarme y, durante un breve lapso con una pavorosa exageración, solté aquella verdad.

    -Tú no eres mi padre.

    Mire sus labios, su rostro blanco era famélico, entonces escuché el decreto de lo que para mí representaría mi destino.

    -Por eso me gustas, porque siempre sabes quién soy.

    El primer indicio de mi pánico fue un grito sordo, un gemido que surgió en el fondo de mi pecho, lancé más y más gritos agudos y dolorosos, temblé durante un instante, pero un momento de reflexión bastó para tranquilizarme, salí a toda prisa del hospital y me alejé de aquella carcajada macabra. Me detuve desorientado por aquella alucinación vivida que acababa de experimentar. Caminé nuevamente hacia casa, sentía vértigo, mi estado alterado no podía más que azuzar a mi imaginación a concebir un panorama terriblemente desolado. Llegué a casa, y rápidamente toqué la puerta. No hubo respuesta. Sin embargo, la puerta cedió. En ese instante me di cuenta que la oscuridad había invadido el hogar, busqué el apagador para encender las luces y detener esa penumbra, pero no funcionó, de repente, oí lo que parecía otro mal sueño.

    - ¡Migue!

     Me desconcertó el hecho de aquella voz

    familiar que me llamaba, tranquila, amorosa,

    y segura.

     - ¡Migue!

     - ¿Papá?

     -! Migue!

     - ¡Papá!

    Corrí a su encuentro y abrí la ventana para poder verlo en el borde de la habitación, pero lo que se me presentó fue monstruoso. La atmósfera olía a muerte, y yo trémulo de inexpresable pavor, vi colgar en el centro del cuarto, el cuerpo de un hombre descompuesto saludándome desquiciadamente, sus labios lívidos se torcieron en una especie de sonrisa y sus ojos me miraban aún con una realidad demasiado viva. Corrí de nuevo a la calle, dejando atrás la soledad de un hogar convulso en horror y muerte. Después de esa vorágine de emociones, meses después, quizás años, de la que aún no puedo asegurar que fue real y que un sueño, el reposo de los ansiolíticos y aquella habitación de blancas paredes ha comprobado que estoy esclavizado a una especie de anormal terror, y seguramente moriré en este lamentable sueño.

     

    Andrés ta Chikinib

    Licenciatura en Comunicación

    -…El problema que iniciaste ha crecido, hasta los perros terminaste envenenando y la culpa de estos animales era porque revelaban tus actos que llevabas a cabo en las noches, a ellos no los podías asustar con cuentos como lo habías hecho con la gente- dijo Pedro Vásquez agente de la comunidad mientras revisaba en una hoja de libreta la lista de acusaciones.

    Martín Shuk’obte’ tenía la cabeza agachada en frente del agente del lugar, y alrededor se oía el murmullo de la gente, a él ya lo tenían muy asustado, que hasta tartamudo se había hecho.

    -Sé que no mememe creen, pero lololo que les digo es veverdad, envenené a los peperros porque me habían hecho papasar coraje y hambre, hace dos didías antes dedede la comida entro una jajauría en mi cacasa y se comieron mi cocomida de ese día que era un kikilo de carne de res que apenas había cocomprado. –Dijo sin que nadie le pusiera atención.

    Entre las personas sentadas dentro del cabildo se levanta un señor de su asiento acomodándose el sombrero mientras se acerca al acusado…

    -Con el permiso de ustedes agente y compañeros voy a decir dos, tres palabras. -Hubo unos segundos de silencio en la sala. -Ahora todo se entiende, tú estabas muy arraigado a esa idea desde un inicio, sí, que un joven de la comunidad de Nabenchauk cuyo nahual era un coyote y que salía en las noches a beber de la sangre de los animales, que muchos lo han intentado matar, que todos habían fracasado y que varios se han enfermado gravemente del ch’ulel quien se ha visto o enfrentado con el nahual de esta persona.

    Debimos haber oído a los jóvenes estudiantes que caminan a diario desde temprano para ir a estudiar a la otra comunidad, que todo eso era puro cuento. Tanto nos metiste el miedo, tanto nos chamaqueaste que hasta fuimos con los maestros de la prepa a hablar para que los jóvenes entraran más tarde a clases para así evitar a que ellos se encontraran con el disque nahual. Los profesores oyeron atentos y entendieron nuestras preocupaciones. Tanta molestia causaste cabrón, fíjate, hasta los maestros de la preparatoria de Zequentic quienes tenían carro venían por sus alumnos hasta sus casas. Entonces los pobres estudiantes iban y venían como sardinas enlatados en los carros. Bueno, nomás te recuerdo todo lo que has causado.

    Pedro Vásquez tenía la cabeza agachada oyendo las acusaciones, luego de terminar de oírlo mira al acusado y ve a la multitud para luego pronunciar mi nombre, Mal Chepa.

    -Les voy a decir, yo también había creído en un inicio del nahual, pero como bien saben yo siempre me regreso caminando de la prepa, y cruzo por la comunidad de Ya’al Ts’i’; hace unos días oí a una mujer de esa comunidad quien decía que en una madrugada cuando oyó el alboroto de sus animales en el patio de su casa salió completamente desnuda con su tabaco y ajo en mano para protegerse del pukuj si fuera el caso. Lo único que vio fue la sombra de una persona que estaba siendo perseguida por los perros. Desde ese día dudé de la existencia del nahual. Como sabrán pues ayer muchos fuimos a las fiesta de la comunidad de Muk’tajok’. Entonces mis padres, mi hermanito y yo regresamos temprano de la fiesta, nos dormimos llegando y al poco rato me desperté con el ladrido de un sinfín de perros. Me asomé a la ventana y veo a una persona en medio de la jauría dando comida a los perros, luego me percate de la perrita de mis vecinos que ya venía de regreso en muy mal estado y vomitando, al ver esto desperté a mi hermanito y mis padres, me fajé la falda y agarré una vieja escopeta que tenemos. De tanto ladrido de perros él no se percató de nosotros hasta que ya lo tenía sentenciado con la escopeta y dijo que nomás quería alimentar a los perros. –dije ante los habitantes de Chikinibalvo’ y luego me dirigí al acusado. – Todos saben que estas en culpa, ni tus familiares vinieron a tu sentencia para apoyarte.

    -Mis fafamiliares se fueron a lalala fiesta y ahí se quequequedaron a dormir- dijo

    -No hay más que decir, ya viene una patrulla de la cabecera municipal para que este problema se termine por arreglar hasta allá, ya que afectó a otros parajes. –Finalizó Pedro Vásquez.

    Con el murmullo de los chismes de la gente del paraje nos salimos del cabildo. Llegó la patrulla y todos se sorprendieron asustados, “¡Dios, qué demonios!” dijeron cuando vieron a esa personas amarrada arriba de la patrulla con facciones de un coyote. “Miren al come gallinas, apenas lo pasamos a recoger en Ya’al Ts’i’” dijo uno de los que venían a bordo con él…

     

    -Todo lo que le he contado profesora es lo que pasó ese día y lo demás pues ya sabe…

    -Que bien que todo se aclaró Mal Chepa, que hasta a mí se me había metido el miedo y hasta ya temía venir a darles clases…. Bueno pues hija, aquí te dejo.

    -Va profe, gracias por el aventón. Kolaval.

    -Ok’ob to me.

     

    Liliana Adereydi Gutiérrez Gómez
    Lic. Comunicación

    Son alrededor de las 4:00 pm y estoy esperando la sesión de hoy en crónica periodística. En eso llega un mensaje a whatsapp, es el profesor, ha encargado al grupo realizar un relato para contar las actividades en este 15 de septiembre y proponer un aspecto particular a la historia; un plus.
    Me encuentro (desde hace 5 meses) en casa junto a mis padres y hermanos en mi pueblo natal, San Lucas, Chiapas. Un municipio ubicado al centro del estado y a tres horas de la capital chiapaneca. La vida aquí, como en todo pueblo, es más llevadera que en la ciudad. El anuncio de los tamales y arroz con leche se hacen presentes desde las 5:00 am, los pajarillos le dan la bienvenida a un nuevo día y los campesinos se van a sus parcelas para fumigar o fertilizar su sembradío de maíz o frijol, y es que en verdad así trascurren los años aquí; en el cotidiano vivir del campo. El sentir patrio sobrevive justo ahí; ¡ahí la llevamos, poco a poco!
    A decir de las fiestas patrias y la manera de festejarlo, puedo decir que las organizaciones políticas, religiosas y particulares acostumbran por la noche llevar arreglos florales al altar que se encuentra en la presidencia municipal, como símbolo de ofrenda y gratitud a “los héroes que nos dieron libertad”. En los hogares san luqueños no es costumbre preparar comidas típicas mexicanas, porque siempre salen a dar la vuelta al parque, bailar con banda (música de viento) y comer tamales que patrocina el alcalde en turno.

    He de aclarar también que debido a la contingencia mundial por Covid-19 no se realizó el acto cívico de modo masivo, se redujo a una guardia de honor a cargo de protección civil municipal, las campanas repicaron, los juegos pirotécnicos pintaban el tricolor bandera en el cielo, el asombro de la gente al señalar y levantar la mirada hacían que esta fecha no pasara desapercibida.
    No hay nada extraordinario en lo ordinario. Bueno sí; los cohetes de anoche.

    Liliana Cruz Constantino
    Lic. Lengua y litaratura hispanoamericana

    No soy nada para ti. Ya no más por lo menos. Tomaste un borrador y me eliminaste tan fácilmente que logras que dude si realmente para ti llegue siquiera a existir. Te sigo esperando sin embargo, lo hago aunque eso ya no te importe, día y noche te espero. Sé que nada es como antes y eso duele, duele que lo nuestro ya no sea mutuo. Noto que has cambiado, aunque “cambiar” no sería exactamente lo que nos pasó, claro. Solamente el “tú y yo” quedó únicamente en “tú” como era de esperar y no me quedó más remedio que tomar el “yo” y emprender mi partida.
    Me propongo soltarte; lo haré poco a poco de manera lenta, tan lentamente como tú entraste a mi vida un martes al medio día. Realmente deseo soltarte, lo deseo con las mismas ansias que un niño desearía no tener que levantarse tan temprano para ir al colegio y en su lugar quedarse todo el día en la cama comiendo golosinas mientras en la televisión pasa su programa favorito.
    Deseo librarme de ti, tanto como un condenado a muerte desea ardientemente librarse de su sentencia, de la misma forma que un sediento desea un poco de agua que calme su sed, de esa misma forma busco que tus recuerdos; esos en los que me robas tantas risas que provocan que mi estómago duela, ya no traigan consigo el amargo de un posible llanto, deseo librar a mis ojos de esa acumulación de agua que amenaza con rodar por mis mejillas hasta pasar por mis labios y darme cuenta que mis recuerdos saben un poco a sal.
    Mi mente; la parte racional que habita en mi organismo, quiere tomar completamente la batuta, se pasa ordenando a diestra y siniestra, pues la bravucona goza de dotes de líder imperturbable y quiere de una vez por todas y sin vuelta atrás, eliminar por completo mis sentimientos hacia ti.
    Se propone exterminar cada rastro de tu existencia, tomar los recuerdos de esos momentos hermosos que pasamos, eliminar hasta el más mínimo detalle. Se deshará de ese tramo en mi línea de tiempo que te corresponde únicamente a ti. Pero mi corazón; la parte sensible y débil que se hospeda dentro de mi pecho, siempre llega puntual para arrebatarle los fósforos destructivos a mi mente orgullosa, evitando que aquella insensata arrase con todo. Mi pobre corazón se aferra a dejar la puerta abierta, no se conforma solamente a dejarla entornada, elige algo mucho más radical por si tú decides volver.