Clemente Fernández Leiver Iván,
Galdámez Gómez Jairo del Carmen.
Lic. Comunicación
Desperté más temprano de lo común, hoy es un día especial, pues hoy cumple años Jade, la chica más linda que conozco; ella camina entre la multitud y se distingue de todos debido a su sonrisa, a su lado su mejor amiga Lili, lleva mochila rosa.
Tan bella como siempre, se detiene a saludar a Eduardo, eso me da celos pero me los aguanto, su carita es tan hermosa, apuesto que no soy el único que muere por ella; pero seré yo quien conquiste su corazón.
Pero, ¿cómo voy a lograrlo? ¿yo? El chico tímido del segundo A, el que no presta atención en clases por quedar observando su belleza, hace unos días casi se da cuenta, me daría pena que pensara que soy un acosador; yo, el enano del grupo y vaya que mis compañeros me lo recuerdan a cada rato.
Y de pronto en mí, salta una idea, su cumpleaños se acerca, es mi oportunidad para darle algún obsequio, algo tierno, algo que la alegre así como ella motiva a toda persona que la conoce, pues su personalidad es simplemente original.
Estuve pensando en que regalarle, ¿Qué podría gustarle? ¿peluches? No, ¿rosas? ¿En dónde las conseguiría? Y ¿si no le gustan? O que tal…
-Jade, te he traído estas rosas, son bellas como tú.
-Están lindas, pero; soy alérgica y no me gusta el color rojo.
¡No!, eso no. Escuché la semana pasada a Lili decir que a ella y su amiga Jade les gustan mucho los brazaletes Mariola, aunque no son nada baratos, pero ella se lo merece; ¡sí! Eso será su regalo.
Durante semanas traté de ahorrar lo más que pude, ya me olvidé de los movimientos de mi videojuego favorito, pues ya no he ido al árcade, para poder comprar el brazalete de Jade, cada vez me acerco más a la cantidad necesaria.
Al fin ha llegado el día, tomé el brazalete que compre para Jade, forré una pequeña cajita con hojas de color, pues ya no tenía dinero para una caja más decente. Guardé en la cajita el brazalete, tomé la pequeña caja y la guardé en una bolsita.
Hoy, cuatro de abril es un día especial, me arreglo como nunca lo he hecho, me visto con la mejor ropa que tengo, casi no se nota lo desagradable que soy, me rocié el frasco entero de perfume, tomo mi mochila y la bolsa en donde tengo el regalo. Me doy cuenta de que ya es tarde y el prefecto no me dejará pasar si llego unos minutos después de la hora indicada.
Tomo el primer autobús que llega a la parada, me siento al fondo y junto a mi dejo la pequeña bolsa, en la siguiente parada sube un anciano, parece de ochenta años, se sienta al lado mio y deja en el asiento una bolsita, creo que son sus medicamentos.
Veo por la ventana, no reconozco el paisaje, pero me da pena preguntar a dónde va el autobús, me veré como un tonto.
Una señora pide la parada y el conductor menciona que va a una colonia que desconozco. ¡Cielos! Este autobús no me lleva a la escuela, entonces de inmediato tomo la bolsa y bajo corriendo a la parada para tomar el camión correcto.
Apenas pude entrar a la escuela, tuve que sobornar al prefecto dejándole mi almuerzo.
No sentí como pasaron las clases; ya estoy en el receso, camino hacia Jade con prisa, está sola, no siento los pasos pero me acerco a ella.
-Jade
-¡Hola!l
Reviso de reojo la pequeña bolsa y en lugar de sorprender a Jade yo quedo sorprendido. En la bolsa no está el regalo, sino un objeto raro, parece una antigüedad.
El cuerpo me tiembla, había tomado la bolsa del anciano.
-Jade
-¿Si?
Feliz cumpleaños
-Gracias
Le doy un abrazo dejando con ella mi alma, ella se retira.
Veo el torpe objeto, tiene pequeños botones, presiono cada uno de ellos; ¿podría tratarse?
-Sí, claro, es una máquina del tiempo.
He regresado al momento preciso, estoy sentado junto al viejito, la señora pide la parada, me cercioro de que la bolsa que tomo tenga el brazalete y bajo del camión.
Ya es receso; veo a Jade que está sola y más linda que siempre. Me acerco a ella, seguro y con voz firme:
-¡Hola! Jade
-¡Hola!
Agarro la cajita y la veo, los ojos le brillan con ternura.
-Feliz cumpleaños, te traje un pequeño obsequio, espero que te guste.
-Gracias, eres el primero que se acuerda, te lo agradezco mucho, te quiero.
Le doy un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. Ella se sonroja y sonríe.
Todo es perfecto. O bueno, hubiera sido perfecto si este horrible objeto fuera en realidad una máquina del tiempo y poder entregarle a Jade el regalo que le tenía preparado.
Itzel Yazmin Méndez Hernández
Comunicación
Al comienzo de la lluvia todo se oscurece de inmediato, no habría ninguna escapatoria. Solo llorar al mundo sin luz, salí corriendo de ahí, no podía hablar, no podía gritar. Sin embargo, una pequeña luz grita mi nombre, no sabía quién era, al parecer ella me conocía. Al ver un pedazo de hielo derretirse y formando un hermoso y enorme lago donde podía ver mi rostro, ese rostro triste con lágrimas derramadas, sin ninguna ayuda, ni cómo salir del mundo, a los minutos la misma luz me grita fuerte mi nombre en ese instante me desperté, creía que era un sueño, pero no lo era, no sabía si llorar, si gritar o enojarme. Ahora, de inmediato salí corriendo de ese lugar al escuchar el sonido que no entendía nada de eso me congeló y mi dolor se volvió más grande y volví al lago. No podía decir nada yo misma me decía que no iba a poder, mis sentimiento era muy pequeño, ya no me interesa si es un sueño o no, quiero salir de ahí, mis manos están atadas no puedo moverlas alguien me ayuda…
¿El dolor es real o no?
Liliana Marroquín Hernández
Pedagogía
“Cuando descubrió que había ganado el avión presidencial”. Estas palabras retumbaban en los cerros que cubren un pequeño poblado ubicado en la sierra madre de Chiapas; enunciado que pronunciaba mi tía Regina con tanto vigor y no era por demás el gran impacto que recibió mi abuelo Rogelio, él nunca había ganado nada en su vida, si lo único que nos alcanzaba para comer todos los días eran frijoles con tortillas y todo gracias a mi abuela que trabajaba de sol a sol en el campo. Mi abuela cuenta que el abuelo toda su vida fue un tacaño, cuando regresaba del mercado solo traía verduras de las últimas para no pagar mucho.
Esta noticia tenía a todo el pueblo conmocionado todos los vecinos estaban llegando uno por uno a visitar al abuelo, incluso personas que jamás habían cruzado alguna palabra en su vida ni para dar los buenos días. La novedad acaparaba los encabezados de los diarios y en la radio era de lo único que se hablaba. Esta noticia ni el abuelo se lo creía, hasta parecía más joven por la sonrisa en su rostro. Él, no era una persona sin dinero sino que ahorraba hasta la monedita más pequeña prefiriendo comer solo tortillas, mientras no gastara él era feliz.
Pero el problema que presidia era ¿en dónde guardaría el avión presidencial? Si ni si quiera tenía una propiedad que fuese suyo, casi toda la familia le estaba sugiriendo lo que podría hacer con su colosal posesión.
En otro poblado habitaba una familia que todos los días se esforzaba por salir adelante, una caluroso tarde, Matilde, la hija menor de una joven pareja, caminaba por las veredas de los cerros, había ido a darle maíz a las gallinas que su mamá tenía en un corral no muy lejos de su pequeña casa. De regreso, debajo de un árbol estaba un señor descansado en la sombra que daba de un árbol. Ella sintió miedo porque no era la primera vez que se lo encontraba, las demás veces el emitía sonidos raros con la boca, Matilde ya se lo había dicho a su padre pero lo único que le decía era que apresurara más el paso.
Ella no sabía qué hacer, por un momento quiso tomar otro camino pero el único otro camino que tenía era uno que llegaba hacia el río, no tenía opción, así que camino más rápido, la noche comenzaba a pintar el cielo, sus pies corrieron tan rápido pero no fue lo suficiente para librarse de aquella maldad desenfrenada de aquel sujeto, despojándola de sus vestiduras y con un grito perdido entre las montañas, su corazón se apagó y sus pupilas se dilataron, los vecinos se reunieron trayendo consigo fuego en las manos para buscar a Matilde.
A lo lejos por la madrugada solo se alcanzaba escuchar ¡quémenlo vivo! ¡Tiene que pagar por lo que hizo! ¡No merece vivir! Mientas un hombre ardía en llamas suplicando redención.
Mientras tanto algunos siguen soñando con el avión presidencial.
Inés López Martínez
Lengua y Literatura Hispanoamericanas
“Desde el arrullo de una sigilosa estrella, cuento los versos que me hacen falta para llegar a ti.”
Así dió inició la carta que nunca pude enviar. Los meses pasaron frente al marco de la ventana. Las hojas caían y el viento las arrastraba. Nada novedoso ocurría más que su ausencia. Con novedoso me refiero a que, a pesar de haberse ido desde hacía mucho, cada día era una experiencia completamente nueva. Extrañaba conversar con ella durante horas y contemplarla a contraluz, su silueta magnificaba cada espacio en el que se hiciera presente.
Todos mis amigos me llevaron a un sinfín de lugares para conocer a nuevas personas y poder borrar su recuerdo de mi memoria. Sin embargo, cada intento resultaba tan fallido como el anterior. Mi vida diaria se convirtió en una repetitiva y sofocante rutina. Caminaba sin rumbo fijo, la ciudad poco a poco se llenaba de edificios de papel. De papel manchado y planas de periódicos.
Tomé por costumbre ahogar gritos en cualquier actividad que me mantuviera ocupado. Formé inimaginables historias coloreando nubes que la lluvia constantemente se encargaba de borrar.
Sin consuelo alguno, desempolvé la vieja máquina de escribir que me heredó mi padre, nada me hacía más feliz que trasnochar sentado en el rincón de aquel cuarto olvidado jugando con letras para crear palabras. Viviendo otras realidades, comencé a apreciar la mía, aprendí a valorar la calma y la basta soledad. Progresivamente, volví a recorrer las calles que había olvidado, comencé a llenar de color aquellos edificios en blanco.
La vida parecía más tranquila y menos llena de dolor. Hasta que un día como cualquier otro, tomé un pequeño paseo por un parque cercano a mi hogar, estando ahí la vi trotando con suma felicidad. No era ella, pero sabía que debía serlo.
Después de ese pequeño encuentro dediqué horas a rememorar ese momento. Las flores, el pasto, el sol brillante hablaban de una ocasión especial. Al día siguiente acudí al mismo espacio, a la misma hora en que la encontré. Elegantemente vestido pretendía toparla con el cabello completamente recogido, ropa deportiva, inmersa en su andar al ritmo de la música que sonaba en sus oídos. Esperé diez, veinte minutos, una hora y nunca apareció.
Sin perder el ánimo acudí un par de días más sin encontrar respuesta alguna. ¿Quién era ella? ¿dónde estaba? ¿por qué no fui capaz de cruzar palabra en el instante que la vi? Cientos de interrogantes se apoderaban de mi mente a cada instante.
Noche y día pensaba en la manera de hallarla, después de muchos intentos, decidí regresar a los edificios de papel. Sobre los hermosos colores que plasmé anteriormente; escribí momentos, instantes, tiempo, todo lo que mi mente pudo imaginar, con la esperanza de que ella me leyera. Me quedé vació, falto de imaginación y de lo que se podría llamar, inspiración. El tiempo seguía transcurriendo, no hallaba rastro de ella, poco a poco perdí la esperanza de volver a verla, de que leyera cada palabra que escribí en honor a su recuerdo.
Como último intento desesperado, recorrí cada edificio en donde había escrito, la gente pasaba, parecía observar un vasto mural. Fotografiaban cada espacio, contemplaban la belleza de una agobiada alma. Todo parecía resumirse como la concatenación de una experiencia de, ¿amor y búsqueda frustrada?
Al llegar al final de los edificios pude percatarme de que hacía falta uno, era una pequeña casa de papel blanco que no había sido llenada ni de colores ni de letras. Con suma paciencia, la pinté de los colores más hermosos que encontré, tonalidades brillantes que se mezclaban entre sí. Aquella pequeña casa se llenó de una insaciable luz.
Antes de finalizar mi trabajo, noté que ninguna frase acompañaba los exquisitos colores. Pasé horas frente a la vivienda intentando decidir qué podía escribir. Mi corazón y mi mente estaban cansados. No podía redactar otra cosa que no estuviera ya plasmada. Con la certeza del mundo decidí escribir las dos primeras líneas de una carta que mucho tiempo atrás no envié, pero siempre guardé conmigo. Al culminar esta tarea, me retiré a observar mi creación -Es muy bella. Dijo una voz detrás de mí. -Es bastante agradable. Respondí.
Sin mirar hacia otro lugar que no fuera aquellas sublimes frases que ahora respondían a la despedida de un amor viejo, aprobé conmigo mismo dar por cerrado aquel breve capítulo fallido, el de la búsqueda insaciable de la mujer que vi en el parque.
Absorto en mis pensamientos, me retiré lentamente de la vivienda. Caminé un par de pasos y casi por instinto dirigí la mirada al espacio que abandonaba para darme cuenta que la mujer que había halagado mi trabajo era la misma que vi en el parque. Apresuré el paso para alcanzarla antes de que se perdiera en las infinitas calles, su mirada topó con la mía durante un par de segundos, al momento de intentar cruzar la calle, un automóvil me interrumpió y, nuevamente la vi desaparecer.
Laura Valentina Castellanos Pulido
Intercambio Estudiantil. Comunicación
Se juntan las manos y se sienten húmedas, las banderas coloridas flotan al compás del viento encima de sus cabezas. Y la voz tiembla, ha gritado bastante, parece asfixiarse con tantas palabras en la lengua; qué digo lengua, en el alma. Un cartel frente a ellos exige derechos y libertades, ustedes saben, el papel todo lo aguanta. Tal vez su pasado, su presente o futuro, o todos los tiempos verbales se inquietan por arrancar las cadenas del prejuicio.
El reloj marca las tres de la tarde y en una esquina se asoma Cristina; de su cintura cuelga una falda de pliegues azules que bailan con cada salto, pues hay algunos charcos en el camino, mientras cuida de no ensuciar sus medias a rayas y converse rosados.
“Oh, por Dios yo era tan gay y no me había dado cuenta” dice Cristina con un flashback en su cabeza, momentáneo, conciso y vehemente. Menciona algunos forcejeos por querer que le gustara una estrella masculina, a eso sumarle que nunca ha tenido novio y su mente le hacía creer que era por sus estándares altos o porque no había nadie que encajara divinamente, como en Disney.
Diversidad, gritos de individualidad, diferentes pero iguales, así como la reina, y en viceversa. Para algunos es fácil ser camaleones, ocultarse entre la gente; pero para otros el mostrarse es indispensable, como los leones.
Claudio Rivera llega a la marcha, se sienta a un lado y pregunta sobre el tema expuesto por los asistentes y no duda un segundo en dar a conocer su punto de vista. “Para mí la sinceridad es un pilar en mi vida, mi mejor estrategia fue contarle a mi amiga más cercana”; claramente dicha táctica realimenta la identificación sexual y da la confianza de afrontar cualquier mirada prejuiciosa. “Ven te presento a un amigo” decía ella, “Y yo no me negaba, claro es que pasé de oler a un marica y salir corriendo a sentir y pensar que un tipo estaba rico” confiesa Claudio mientras limpia el cristal de sus anteojos.
Los gays gustan de otros hombres, las lesbianas de otras mujeres y Kasandra gusta de todo el mundo, es pansexual “No tengo diferencias de si es hombre o es mujer, o si es trans, me puede gustar”. A algunos les atrae el físico, a otros la personalidad; “A mí me atrae es la energía y no el cuerpo, hay gente con la que tú te conectas y tal vez de repente una chica te pareció genial, pero tú no eres lesbiana; y yo con eso no tengo lio”.
Cambió demasiado, ya no era la estúpida como decía llamarse; “Todo el mundo pregunta que por qué los trans son agresivos y que van a golpear a quien se atraviese y que no miren al travesti”, pues la respuesta es la sociedad, lo dura que es con lo diferente y Kasandra aprendió a destacar entre los problemas. “La gente me la montaba tanto y me volví una perra, cuando me decían. ‘Ay loca’ yo les respondía: ‘¿Por qué lo sabes? Porqué disfrutaste conmigo anoche’, y obvio los tipos quedan nuevos y ya no sabían que decir… entonces ellos ya no tenían poder sobre mí, sino yo sobre ellos”
Las banderas coloridas flotan al compás del viento encima de las cabezas de Kasandra, Claudio y Cristina. Hoy son Duitama Diversa, un grupo de activistas de la comunidad LGBTIQH, quienes luchan entre el ego y la individualidad contra la ignorancia por medio de campañas pedagógicas, #EducaParaAmar, querer a alguien como es y cómo se presenta, sin cuestionamientos.
Están de pie, rodean un círculo para que todos puedan ver el rostro de todas, ya ha oscurecido, y el frío se ha apoderado de la piel. Kasandra destaca entre los demás, tiene unas rastas purpura hasta el piso, “Me hace sentir un unicornio, hasta he pensado en hacerme una modificación para el cuerno, ya saben que soy la dramas”. El ambiente es ameno, Claudio está de aquí para allá atendiendo a los que van llegando, un amigo le toma el brazo y mientras le amarra una manilla le dice: “Pide un deseo Claudio, y nunca te la quites”.
Toman la palabra, los suspiros van y vienen, pues los fantasmas del pasado han estado inquietos a sus espaldas.
-- Estoy involucrada en todo mi drama del activismo porque quiero que la gente cambie y se dé cuenta que no soy ningún extraterrestre, yo también salgo a hacer mercado y todos me ven como si hubiera bajado de una nave espacial. Kasandra.
-- Para mí es parte del proceso de aceptación sexual, porque en un principio fue de ego, solo soy yo y que drama cuando te das cuenta de que en otros países los matan, ahora pienso en colectivo, necesitamos apoyarnos en el activismo. Claudio.
-- Ahora la discriminación se vive internamente como síntoma de afuera, que, porque uno se pintó más que el otro, y a la loca se le dio por traer tacones. A mí me gustan todas las mujeres, es mujer así tenga pene. Cristina.
Sayuri Franco Osorio
Comunicación
Empezó a llorar. Su cálido sonido navegó por las paredes y flotó por las tuberías, las ventanas y el suelo. Una araña había hecho de su cuerpo una guarida: la escuchaba trabajar por las noches. La tremebunda soledad le causaba escalofríos junto con aquel insecto, y se oía el nostálgico eco cada vez que recordaba cuan abandonado se encontraba, saliendo su llanto por la campana.
Tumbado en la esquina del sótano, rememoraba su juventud.
-¿Has sido tú?, preguntaron, abriéndose la puerta.
Una refrescante luz amarilla en el suelo iluminó la pequeña estancia. El anciano caminó hasta él, sujetándolo por la boquilla para levantarlo.
No quería ser tocado por ese viejo. Si acaso era tozudo, su orgullo nadie podría derribarlo, profusamente inmerso en el recuerdo de otras manos que lo transformaron e hicieron de su melodía el más bello sonido.
Era entonces, una denigración, que aquel frágil hombre lo mirara melancólico y desconsolado, con la ruptura reflejada en los ojos del anciano como un espejo.
Percibió el escozor en su metálica forma.
-Yo también la extraño, ¿sabes? me ha resultado difícil no sentir su presencia. –Suspiró-. Pero puedo aprender a recordarla.
Sosteniéndose del bastón y dándose la vuelta, el ser longevo llevaba inmortalizadas aquellas memorias y aquellos sonidos perfectos salidos del aparato musical que ahora tenía consigo. Jamás podría hacerlo suyo: sabía de antemano que habría una diferencia descomunal a pesar de seguir las partituras al pie de la letra.
Sin embargo, el saxofón no estaba del todo en desacuerdo:
“Si tanto amabas a este hombre, querida, haré mi último esfuerzo”.