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  • Poesías XX

    Mundo roto

    Por: Yoav Itzhander Ocaña Hernández   

     

     

    Atrapado en un sueño eterno.

    En donde siempre es invierno.

    En donde el frío es algo raro.

    Y nada se mira normal o claro.

    Las luces no alumbran.

    Y los muertos se escapan de sus tumbas.

    Las leyes de este mundo son un descaro.

    Los médicos curan con disparos.

    Y recetan enfermedades en cigarros.

    Está bien si te confundes, aquí nada es claro.

     

    Eterno, eterno sueño.

    A veces pienso que no tienes dueño.

    Y pierdo la memoria si me miro risueño.

    A veces quisiera cambiar todo este diseño.

    Y volver cuando todo era hogareño.

    Pero eso tendría poco desempeño.

    Solo sería otro eterno sueño.

    Diferente color, mismo dueño.

     

    Todo en un bucle sin fin.

    En donde el mundo se guarda en un maletín.

    Sin conocimiento del festín.

    Sin el sonido del violín.

    Sin los movimientos del bailarín.

    Todo un mundo roto sin fin.

    Templo de mujer

    Por: Cristel Soledad Gutiérrez Rojas

     

    Edén rebosando entre rosas y espinas.

     

    Recinto sagrado, 

    altar consagrado,

    me rezó gritando, 

    sollozan cánticos tintineando.

     

    Fiel a mi doctrina, 

    congruente y cambiante, 

    autónoma y revolucionaria, 

    trascendiendo a diario, 

    idealizada, 

    milagrosa, 

    devota adoradora.

     

    Templo de mujer,

     recinto de maravillas,

     santuario incomprendido,

     destinado a ser alabado.

    Dos semestres

    Por: Rodrigo Martínez Medina

     

     

    Apenas nos conocemos.

    Pero siempre te veo pasar.

    Apenas nos saludamos.

    Pero siempre me ves andar.

    Aunque una oportunidad me dieses.

    Nos separan dos semestres.

    Los iguales se pueden amar.

    Tanto a ellos como a la mar.

    Taciturno

    Por: Jorge Daniel Gordillo Yáñez

     

     

    Reza el que reza porque ya no hay Dios

    (y si antes hubo, él fue la Palabra), 

    y se queda sembrado en el aire del aire el último adiós,

     

    se queda. Se desprende, que se hilacha,

    que serena, la banca resoplante

    y sus ecos escasos de agua en el agua de cascada,

     

    sus ecos. Ceguedad de ceguedades: 

    reza el que calla y el que calla su afonía

    para que no lo escuche la vida, sino el aire

    Ensueño

    Por: Ángel Naín Barabata Olán

     

    Danza por el campo libre,

    de miradas y ajenas ideas,

    en aquellas sus manos rosas,

    margaritas, lirios y jazmines.

    Sus ojos miel y brillo

    son la puerta de un nuevo mundo,

    todo amor, todo ternura.

    Ella toda rosa vestida

    cubierta de divina aura,

    todo amor, toda ternura.

     

    Es aquella su dulce mirada

    por la que desprecio la cordura

    y anhelo una linda hada

    que cumpla mi ensueño de esta tarde.

    Tu recuerdo

    Por: Ángel Naín Barabata Olán

     

    Eras el viento de esta tarde

    fresca, libre, suave e inasible.

    Solo te he disfrutado un instante,

    en un parpadeo te esfumaste.

     

    Fuiste un pasar memorable

    que dejó un deseo en mí constante,

    fuego que por ti en mi pecho arde.

     

    El viento en mi cara me dice que me amaste…

    La bella

    Por: Ángel Naín Barabata Olán

     

    Su piel es sol y rosa,

    guarda del alba el calor,

    custodia ESTÁ su alma,

    retiene este su olor.

    Sus labios brillo y fresa

    liberan néctar del sol,

    ¡de mi ensueño presa!

    Y causa de mi clamor.

     

    Desperté con asombro

    has despojado al sol,

    tu rostro tiene su brillo

    y tus labios su calor.

    ¿Querés que te lea un poema?

    Por: Paola Foster

     

    Escribo poesía que jamás recito,

    quizás al viento porque es mi único testigo,

    con la esperanza de que te lleve mis versos a tu oído,

    esperando en algún sueño encontrarte, besarte y recitarte.

    Cuando Otoño enfermó

    Por: Iván Gómez Hernández

     

    Para Toño, mí abuelo

     

    De seguro cuando me veas. 

    Tus ojos brillarán alegres cuál verde,

    y  frondosa pochota entre los mangos.

    Que en efecto mi sonrisa responderá.

    Al nacimiento de tu sonrisa como verdoso 

    rizo de agua del cañón a medio día.

    Y entre tus labios nacerá una pregunta destinada 

    a mi juventud, que ya trae una respuesta. 

    Me preguntarás, ¿hijo, cómo estás?, ¿cómo está Tuxtla? 

    Pues bien, padre, te diré:

    La capital está como siempre y como nunca.

    La tierra arde, el viento quema,

    y tú no estás.

    Te diré cómo en tu ausencia la música de las aves, 

    al dormitar, no es ya majestuosa sino fúnebre,

    y el ocaso más que bello y fresco,

    amargo y melancólico.

    ¿Recuerdas, abuelo, que íbamos

    con la abuela y tú a los pelones árboles, 

    en horizontal, a un costado de la cazadora,

    sólo para contemplar al crepúsculo,

    los zopilotes habitar las ramas? 

    Pues aquí está gran parte de tu ausencia.

    Que visto y respiro, que lloro y acarició, 

    aquí en tu entrañable Tuxtla de juventud, 

    tan mío ahora como tuyo, 

    porque desde que enfermaste,

    ya nada es igual como entonces. 

    Nosotros, y todo aquél que te concibe 

    en su memoria y corazón, 

    también enfermamos contigo. 

    Ahí dónde menguan las axilas de la luna

    y roe violento el viento sobre los pinos. 

    Ahí donde caíste, levantarás,

    así como despertaste varias semanas después, 

    y en lo que para ti fue solo un instante, 

    un destellar entre pestañas,

    para nosotros siglos. 

    Aquí solo importa decir que la apuesta la ganaste tú. 

    Que los milagros existen. 

    Que los muertos resucitan.

    Que el barquero no se llama barquero, sino vaquero. 

    Que la fiebre de la primavera se adelantó

    en ti y en el jardín de tus fauces.

    Que otoño venía enfermo por un maligno

    y cancerígeno “perdón” enraizado en tus entrañas,

    motivo por el cual, te derrumbó la vida, 

    y venciste la muerte.

     

    La luz que se apagó ayer

    Por: José Manuel López Méndez

     

     

    Los momentos que pasábamos juntos

    eran de mucha alegría y felicidad

    entre risas y alegrías las horas pasaban volando.

    En tu rostro podía ver una radiante y brillante luz 

    que en toda tu silueta ilumina.

    Hasta que un día cuando al estar frente a ti

    percibí que tu mirada ya no era igual

    cada vez que el reloj iba avanzando

    la luz de tu semblante se iba esfumando.

    Trate de detener el tiempo

    grite y le implore a Dios que no se apagara tu luz

    pero mis esfuerzos fueron en vano

    tu momento de transitar en este mundo había culminado

     y no pude detenerte más para tenerte a mi lado.

    Me arrepiento de no haber aprovechado al máximo

    cuando aún estabas conmigo

    porque en ti encontraba mucha ternura y amor.

    Hoy solamente puedo decir

    eres la luz que se apagó ayer.