Mundo roto
Por: Yoav Itzhander Ocaña Hernández
Atrapado en un sueño eterno.
En donde siempre es invierno.
En donde el frío es algo raro.
Y nada se mira normal o claro.
Las luces no alumbran.
Y los muertos se escapan de sus tumbas.
Las leyes de este mundo son un descaro.
Los médicos curan con disparos.
Y recetan enfermedades en cigarros.
Está bien si te confundes, aquí nada es claro.
Eterno, eterno sueño.
A veces pienso que no tienes dueño.
Y pierdo la memoria si me miro risueño.
A veces quisiera cambiar todo este diseño.
Y volver cuando todo era hogareño.
Pero eso tendría poco desempeño.
Solo sería otro eterno sueño.
Diferente color, mismo dueño.
Todo en un bucle sin fin.
En donde el mundo se guarda en un maletín.
Sin conocimiento del festín.
Sin el sonido del violín.
Sin los movimientos del bailarín.
Todo un mundo roto sin fin.
Templo de mujer
Por: Cristel Soledad Gutiérrez Rojas
Edén rebosando entre rosas y espinas.
Recinto sagrado,
altar consagrado,
me rezó gritando,
sollozan cánticos tintineando.
Fiel a mi doctrina,
congruente y cambiante,
autónoma y revolucionaria,
trascendiendo a diario,
idealizada,
milagrosa,
devota adoradora.
Templo de mujer,
recinto de maravillas,
santuario incomprendido,
destinado a ser alabado.
Dos semestres
Por: Rodrigo Martínez Medina
Apenas nos conocemos.
Pero siempre te veo pasar.
Apenas nos saludamos.
Pero siempre me ves andar.
Aunque una oportunidad me dieses.
Nos separan dos semestres.
Los iguales se pueden amar.
Tanto a ellos como a la mar.
Taciturno
Por: Jorge Daniel Gordillo Yáñez
Reza el que reza porque ya no hay Dios
(y si antes hubo, él fue la Palabra),
y se queda sembrado en el aire del aire el último adiós,
se queda. Se desprende, que se hilacha,
que serena, la banca resoplante
y sus ecos escasos de agua en el agua de cascada,
sus ecos. Ceguedad de ceguedades:
reza el que calla y el que calla su afonía
para que no lo escuche la vida, sino el aire
Ensueño
Por: Ángel Naín Barabata Olán
Danza por el campo libre,
de miradas y ajenas ideas,
en aquellas sus manos rosas,
margaritas, lirios y jazmines.
Sus ojos miel y brillo
son la puerta de un nuevo mundo,
todo amor, todo ternura.
Ella toda rosa vestida
cubierta de divina aura,
todo amor, toda ternura.
Es aquella su dulce mirada
por la que desprecio la cordura
y anhelo una linda hada
que cumpla mi ensueño de esta tarde.
Tu recuerdo
Por: Ángel Naín Barabata Olán
Eras el viento de esta tarde
fresca, libre, suave e inasible.
Solo te he disfrutado un instante,
en un parpadeo te esfumaste.
Fuiste un pasar memorable
que dejó un deseo en mí constante,
fuego que por ti en mi pecho arde.
El viento en mi cara me dice que me amaste…
La bella
Por: Ángel Naín Barabata Olán
Su piel es sol y rosa,
guarda del alba el calor,
custodia ESTÁ su alma,
retiene este su olor.
Sus labios brillo y fresa
liberan néctar del sol,
¡de mi ensueño presa!
Y causa de mi clamor.
Desperté con asombro
has despojado al sol,
tu rostro tiene su brillo
y tus labios su calor.
¿Querés que te lea un poema?
Por: Paola Foster
Escribo poesía que jamás recito,
quizás al viento porque es mi único testigo,
con la esperanza de que te lleve mis versos a tu oído,
esperando en algún sueño encontrarte, besarte y recitarte.
Cuando Otoño enfermó
Por: Iván Gómez Hernández
Para Toño, mí abuelo
De seguro cuando me veas.
Tus ojos brillarán alegres cuál verde,
y frondosa pochota entre los mangos.
Que en efecto mi sonrisa responderá.
Al nacimiento de tu sonrisa como verdoso
rizo de agua del cañón a medio día.
Y entre tus labios nacerá una pregunta destinada
a mi juventud, que ya trae una respuesta.
Me preguntarás, ¿hijo, cómo estás?, ¿cómo está Tuxtla?
Pues bien, padre, te diré:
La capital está como siempre y como nunca.
La tierra arde, el viento quema,
y tú no estás.
Te diré cómo en tu ausencia la música de las aves,
al dormitar, no es ya majestuosa sino fúnebre,
y el ocaso más que bello y fresco,
amargo y melancólico.
¿Recuerdas, abuelo, que íbamos
con la abuela y tú a los pelones árboles,
en horizontal, a un costado de la cazadora,
sólo para contemplar al crepúsculo,
los zopilotes habitar las ramas?
Pues aquí está gran parte de tu ausencia.
Que visto y respiro, que lloro y acarició,
aquí en tu entrañable Tuxtla de juventud,
tan mío ahora como tuyo,
porque desde que enfermaste,
ya nada es igual como entonces.
Nosotros, y todo aquél que te concibe
en su memoria y corazón,
también enfermamos contigo.
Ahí dónde menguan las axilas de la luna
y roe violento el viento sobre los pinos.
Ahí donde caíste, levantarás,
así como despertaste varias semanas después,
y en lo que para ti fue solo un instante,
un destellar entre pestañas,
para nosotros siglos.
Aquí solo importa decir que la apuesta la ganaste tú.
Que los milagros existen.
Que los muertos resucitan.
Que el barquero no se llama barquero, sino vaquero.
Que la fiebre de la primavera se adelantó
en ti y en el jardín de tus fauces.
Que otoño venía enfermo por un maligno
y cancerígeno “perdón” enraizado en tus entrañas,
motivo por el cual, te derrumbó la vida,
y venciste la muerte.
La luz que se apagó ayer
Por: José Manuel López Méndez
Los momentos que pasábamos juntos
eran de mucha alegría y felicidad
entre risas y alegrías las horas pasaban volando.
En tu rostro podía ver una radiante y brillante luz
que en toda tu silueta ilumina.
Hasta que un día cuando al estar frente a ti
percibí que tu mirada ya no era igual
cada vez que el reloj iba avanzando
la luz de tu semblante se iba esfumando.
Trate de detener el tiempo
grite y le implore a Dios que no se apagara tu luz
pero mis esfuerzos fueron en vano
tu momento de transitar en este mundo había culminado
y no pude detenerte más para tenerte a mi lado.
Me arrepiento de no haber aprovechado al máximo
cuando aún estabas conmigo
porque en ti encontraba mucha ternura y amor.
Hoy solamente puedo decir
eres la luz que se apagó ayer.