Víctor Abel Mijangos López
Lic en Comunicación.
La situación es esta: hubo una fiesta en un apartamento de esos altos edificios, casi del lado poniente de la ciudad, o ya en el lado poniente, aquí no sé dónde empiezan las cosas y dónde terminan. Era tarde y había ido solo por invitación de una amiga que se había quedado con otro grupo de personas con quienes me sentí incómodo o raro o lo que sea que es aquel sentimiento de desapego cuando estoy entre gentes que compartimos un mutuo desinterés.
La cosa es que me levanté o me alejé, no recuerdo si estábamos sentados o no, en parte porque suelo olvidar esos detalles y porque para ese punto ya llevaba algunos vasos de cerveza haciéndome efecto.
No era un sitio de pocas personas, eso sí sé, ya que abrirme paso fue una tarea desesperante: todos yendo de un lado a otro con sus costosos trajes y vestidos y sus risas de pájaros agonizantes. Me apoyé en el borde de un bonito balcón donde, curiosamente, casi no había nadie.
Este daba de frente a uno de los principales parques de la ciudad y con el cielo diseminándose en algún lado, lejos, sentí una desolación abrumadora que traté de ahogar con más cerveza. Entonces una chica salió de no sé dónde y me habló por una razón que desconozí y desconozco; era un poco más alta que yo, tenía el cabello muy ondulado y una sonrisa que daba ganas de suicidarse.
Es decir, que era linda. Hablamos de cosas seguro triviales, ¿quién eres? ¿Por qué estás aquí?, ¿a quién conoces?, no sé.
Y luego uno mencionó a la literatura y nos dejamos ir, que sí, que los autores del siglo pasado, que los autores modernos, que la literatura de occidente, de oriente, que los rusos, que los franceses, que los ingleses, ah, los ingleses, qué cursis son, ¿no?, qué melosos a veces, que la de Argentina, que la de Colombia, que la estadounidense, y dale con la norteamericana, ¿no se cansa la gente de leer la misma historia en Nueva York una y otra vez?, ¿Verdad?, me hartan los gringos y su originalidad reciclada, pero la mexicana, vaya que hay que hablar de México, del siglo muerto y del siglo vivo, o sea, de este, de los grandes y los bajos, ¿qué te hace sentir la literatura mexicana? Dijo ella, yo dije una profunda depresión, entonces sonrió y supe que había dado la respuesta perfecta y para cuando quisimos darnos cuenta entre libros y escritores y escritura el cielo negro había caído sobre nuestras onduladas cabezas, ella se inclinó un poco hacia mí y yo que nunca me animaba a ese tipo de cosas de pronto sabía que la opción era lanzarme a ella o lanzarme del balcón y esta noche había sido tan hermosa que no quería morirme y el viento en mis labios secos desapareció reemplazado por la humedad de unas preciosas criaturas que me devoraban suavemente.
Hubo una sensación onírica como si en algún momento la materialidad fuera a borrarse y al abrir los ojos las cosas a mi alrededor comenzarían a derretirse, a invertirse en oscuras risas o a esfumarse en humos tóxicos, todos como seres alucinantes e imposibles, pero no, era ella, frente a mí, todavía, existente, besándome y diciéndome que deberíamos irnos y en efecto nos fuimos porque de repente ese balcón frío ya era demasiado pequeño y no sé qué tanto caminamos ni si salimos del edificio, pero de pronto estábamos en una especie de cuarto vacío, ni muy bonito ni muy feo, y las cosas se daban como si de alguna manera la muerte de la materia fuera real a medias porque nuestras ropas desaparecieron de a poco y luego de a mucho y no entendí por qué sentí un remordimiento como escarabajo en el oído, pequeño insecto que quisiera hablarme, pero que por sus características fisiológicas y evolutivas (qué científica se puede tornar la situación cuando uno está a punto de coger) no pudo y se limitó a rasgarme las pieles y yo pensé qué más da, escarabajo, tú cómeme el cerebro si te da la gana, lo pensé mientras me acerqué a ella, nos recostamos y entonces deseé no estar tan borracho para ser más consciente de lo que estaba pasando.
Pero quizá si hubiera estado menos ebrio jamás me habría encontrado en una situación similar, todo pasó y el mundo fue hermoso en esa cama llena de cucarachas que gritaban mi nombre mientras las ignoraba por vivir mi paraíso, quizá el único paraíso que alguna vez habitaré; al terminar me dijo hay que vernos mañana, pero al día siguiente no tuve noticias de ella, no sabía quién era, dónde vivía, cómo encontrarla.
Y cuando la tarde cayó de tanto investigar di con su información y yo me di de bruces con la mía: ella tenía novio desde hace un año y yo una novia que estaba regresando de sus vacaciones.