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Arrullo de media noche

Belén Antonio Mazariegos / Lic. en Comunicación

 

Castigo a mi ser con tu adiós,

y mis manos deteniéndote sin cesar,

la tormenta sigue igual ante mis ojos,

pues a mi dolor le es difícil descansar.

 

Mi amor está a punto de partir, 

y su corazón vuela lejos como una

paloma blanca: es fulminante como

el brillo de sus ojos, y tan gozoso como 

el sabor de sus labios.

 

Y delirio su regreso con ansías, 

pues me es difícil amarle,

adorarle, 

soñarle. 

Es mi dolor impregnado en

estas poesías. Son sus besos y

caricias castigándome todos los días.

 

¿Cuál es el sentido de ahogarme en sus 

penas? ¿En sus besos, sus lujurias, ahogarme 

con el silencio de su llanto y su deseo de adorarme?

 

 

Nuestros llantos son el río que desembocan

mi tristeza. Y te dignas a jugar con sutileza a mi dolor.

En mis sueños he de buscarte y abrazarte,

y 100 noches habré de adorarte, 

y algún día llegar a la luna juntos, 

y besarte sin sombríos.

 

Pareciera que mi dolor es eterno,

es eterno como un rayo,

tan frío como el invierno,

pero tan cortante como una espina.

 

Es incierta mi manera de adorarle, 

del amor al odio es delirante,

no me sobra ya ningún aliento,

para este amargo sentimiento.

 

Y mi sutil despedida has de tener,

pues en otro cielo habremos de aparecer,

y a tu corazón poder abrazar,

y otra vez del amor volver a gozar.