¿Cómo puedes nombrar esto?
Sergio Pérez Méndez / Lic. en Lengua y literatura hispanoamericanas
Fue a la ventana al escuchar un auto pasar y sólo alcanzó a verle las luces traseras. Se quedó ahí parado con los dedos y la nariz sobre el marco, observando la solitaria calle iluminada por las luces amarillas de las casas y los árboles moviéndose por el viento nocturno. A lo lejos se escuchaban más autos pero ninguno se acercaba.
—Ven, siéntate ya no tardan en llegar —le dijo su abuela, con voz suave.
—Cierra la ventana, entra frío —dijo su hermano mientras veía la televisión y comía su pan con café.
El chico se limpió los mocos con la mano, sus ojos estaban llorosos pero no sentía frío, de hecho se sentía más caliente de lo normal. Cerró un poco la ventana sólo dejando un espacio para ver.
—Abu, ¿por qué tardan mucho? —dijo.
Su hermano se levantó para ir por otro pan. La abuela, en su pequeña silla de madera, le hizo un gesto para que se acercara, pero el niño se quedó en su lugar.
—Porque tienen que trabajar —respondió la abuela—, y trabajan lejos, por eso salen muy temprano cuando se van.
—Pero otros días llegan más temprano.
—Sí, pero tal vez tuvieron que hacer algo, no sabemos, a veces es así. Pero no creo que tarden mucho.
El chico escuchó el rumor de un carro a lo lejos, miró con esperanza por la rendija. Un bocho pasó e incluso pudo ver al conductor quien se alejó sin saber que era observado. Puso la frente sobre la orilla de la ventana, entonces escuchó el sonido de una camioneta acercándose, alzó la vista, la luz de unos faros se hicieron más intensos hasta que el carro se detuvo un momento, para luego estacionarse en el patio de la casa.
—¡Ya llegaron! —dijo y salió presuroso a recibirlos.
—Con cuidado, espera que apaguen el carro —dijo la abuela saliendo tras él, con las manos extendidas queriendo alcanzarlo.
Su hermano los vio salir mientras chopeaba su pan.
El chico esperó a que el motor se apagara, tomó las manos de la abuela que se habían posado en su pecho para detenerlo. Una vez se abrieron las puertas se zafó del abrazo y corrió con sus padres, primero con mamá.
—¿Cómo estás? —dijo la madre cargando a una pequeña niña dormida, como pudo abrazó al pequeño—. Tu papá trae una sorpresa.
—Papá ¿qué traes? —dijo al verlo llegar con una caja.
Papá se lo entregó. Adentro había un perrito que respiraba con agitación, apenas pudo voltear a ver al niño y volvió a esconderse entre sus mantas. El chico corrió con la caja para enseñárselo a su hermano. Ambos acariciaron el pelaje blanco y rizado del cachorrito.
—Creo que tiene miedo —dijo el hermano a sus padres cuando los vio entrar— hasta le salen mocos.
La abuela traía consigo a la pequeña niña que despertaba, mientras mamá y papá cargaban sus maletas. El padre se acercó a la caja para observar, mientras ponía las manos en cada cabeza de sus hijos para revolverles el cabello.
—Tal vez se mareó con el viaje, se pondrá bien —dijo.
—Ya van a tener con quien jugar —dijo mamá al verlos—. Mientras búsquenle un nombre.
—Tu piensa —dijo el hermano al chico.
El chico se pasó el rato acariciando al perro mientras imaginaba qué nombre podría ser el mejor, le limpiaba la nariz chorreante y lo sentía temblar cada poco con más intensidad. No quiso despegarse pero tuvo que ir al baño, de camino repasó todos los nombres que conocía y al terminar, mientras se lavaba las manos el nombre perfecto le llegó a la cabeza y corrió hasta la caja.
—Ya se cómo te llamarás —dijo.
Pero antes de poder nombrarlo vio al cachorrito con los ojos cerrados, le acarició el pecho, estaba inmóvil, entonces observó la lengua rosada sobresalir del hocico.
—¿Qué le pasó? —dijo a los demás.
La familia se acercó a ver. El padre tomó al cachorrito, lo palpó, intentó sentirle el aliento, abrirle los ojos y la mandíbula, le masajeó el pecho, lo sacudió suavemente y le dio unos golpecitos, pero fue imposible, el perrito no reaccionó.
—Creo que nos lo dieron ya enfermo —dijo con un resoplido mientras lo devolvía a su caja—. Ponte un suéter, vamos a llevarlo aquí al basurero —le dijo al hermano mayor.
El chico insistió en ir con ellos y el padre terminó por aceptar, mamá le puso un suéter y un gorro. Los tres salieron a la calle y llegaron al basurero, depositaron la caja entre unos arbustos y el chico acarició con suavidad al cachorrito inerte. Luego volvieron a casa con el padre abrazando a los hermanos.