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EL CLUB DE LAS NUEVE

Francisco Alejandro Michel Torres / Lic. en Comunicación

Para Sam era bastante común salir de clases después de las nueve de la noche. Vivía al otro lado de la ciudad y el transporte era lo bastante escaso a ciertas horas nocturnas, todos los días para regresar a casa debía subir hacia la colina de la que se encontraba por detrás de su escuela. Solo, sus compañeros tenían la suerte de vivir cerca, digamos también que Sam era un chico bastante tranquilo y de pocos amigos; tenía una apariencia clásica de un nerd, lentes redondos que ocupaban casi su rostro pálido y con cierta ternura en sus ojos, poseía un peinado con suficiente gel para evitar que el viento le volara toda su cabellera.

Aquel día Sam tuvo la suerte de salir de clases una hora antes, sabía que su mamá llegaría tarde y que tardaría lo suficiente en preparar la cena. Solo media hora, pensaba Sam; iría a la biblioteca y estudiaría el poco tiempo que podía tener para una prueba final que tenía al día siguiente. Sabía que, si se pasaba más de la hora, tendría que tomar varios transportes que pudiesen dejarlo cerca de su casa.

La biblioteca no cerraba sino hasta las nueve de la noche, Sam seguía un estricto cronometro en su celular para no pasarse de la hora… El libro el cual era más grueso que todos los que Sam había leído en ese semestre, era confuso en leer, Sam le llevaba mucho tiempo entender lo que trataba de explicar ese ejemplar. Se le empezaron a ir las horas, que solo levanto la cabeza, asustado y miro su dispositivo. Con la expresión que Sam tenia, parecía como si hubiese visto un muerto levantarse, Solo guardo sus cosas en su mochila sin un orden aparente y sus piernas reaccionaron antes que el resto de su cuerpo, sabía lo que significaba, sabía que llegaría aún más tarde y le tocaría cenar solo.

A Sam no le gustaba subir la colina. Tenía que hacerlo todos los días, pero era un sufrimiento constante en sus propios pensamientos. Desde que llego a la universidad, se corría el rumor del famoso “Club de las nueve”. Quienes se reunían al terminar todas sus clases, hacia una extraña cueva no tan profunda la cual se separaba del camino al llegar al pico de la colina. 

Sam era ingenuo y muy incrédulo, el tenía la creencia que eran estudiantes de varias carreras que buscaban reunirse cada noche para estudiar lejos de los duros regaños de los prefectos y de los vigilantes que estuviesen de turno. Todas las noches, Sam siempre se separaba del camino de la colina mucho antes de llegar a la cima; tardaba más en salir hacia la parada, pero para el significaba estar seguro. Sabía que, si ese famoso club de las nueve lo veía, lo terminarían golpeando para no delatar su escondite. 

Aquella noche la cual Sam salió tarde de la biblioteca, al empezar a subir la típica colina vieja, solo se percataba de que esa famosa cueva estaba totalmente a oscuras y por primera vez; decidido continua por el mismo camino recto pero empinado que había, Sabia que no había nadie esta vez, pero no quiso arriesgarse. Solo siguió sin mirar atrás, pero con sus piernas caminando más y más rápido para salir de esa zona hostil.

 

Cuando empezó a acercarse cada vez a esa cueva de paso, en su caminar solo sentía ramas y ramas desquebrajándose sobre la suela de sus zapatos; no le parecía extraño, sabía que ese lugar era un bosque frondoso. Hasta que, en su siguiente paso, una rama lo suficiente grande y gruesa le impedía romperse con la presión del zapato, Sam lleno de esa curiosidad que caracterizaba al joven, quedo viendo fijamente el suelo, notando un blanquecino y agrietado cráneo humano. La mirada de Sam estaba perpleja, más pálido de lo que yo era y su expresión más alargada de lo normal, sin saber que hacer, notando la vejez de ese fósil; sigue caminando rápidamente sin regresar la vista a esa escena de horror notando en su siguiente camino, varios huesos de todas las partes del cuerpo rebalsando el suelo de tierra, acompañados de sangre la cual parecía seca a excepción de la que Sam se encontró en el último tronco antes de bajar e irse lejos de ahí. La sangre estaba fresca con un símbolo marcado con la misma sustancia rojiza. Un seis marcado con líneas gruesas y bruscas.

Sam se sentía aliviado, lo horrible ya había pasado, solo quedaban 100 metros hacia abajo para encontrar su parada y estar a salvo. Algo está pasando, aquella bajada típica de la universidad no estaba. La colina se repetía de nuevo, era un bucle. Sam con lágrimas en los ojos solo quería irse a casa, corriendo como si fuese un atleta olímpico, ignorando el sonido de aquellos huesos fracturados. La colina no terminaba y un calor insoportable como el mismo infierno se hacia presente. Sam no aguanto más y cae dormido…

Al despertar, solo se encontraba dentro de la cueva sentado de frente a humanoides flacos y desnutridos, pero de apariencia juvenil al igual que él. Mirando a Sam con deseos de apetito, mientras una figura con cuernos, completamente negra y alta lo observaba tras el humo de la fogata.