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Hoy voy a morir.

Nancy Janet Gómez Sarmiento / Lic. en Comunicación


Hoy voy a morir. 

 

Fue lo que pensé tan pronto mis párpados se extendieron hacia el cielo blancuzco que me daba una vez más la bienvenida en ese mundo de merthiolate y benzal, un mundo del cuál me despediré con tanto gozo en mi corazón, porque ni un ave colorida y alborotadora como yo podía permanecer tanto tiempo enjaulado.

 

Volar, deseaba tanto volar como aquellos años en los que sentía la tierra en las tiernas plantas de mis pies.

 

La incesante campanita aguda tocaba y tocaba como notas negras que marcaba mi suegro en ese su cuaderno musical, se escuchaba tan cerca de mi oído, regalándome la melodía de todos los días, aquel sonido que avisaba mi estadía en el mundo blanco. Quise saludar, pero, de mis labios salió el monstruo que había estado viviendo conmigo desde que la corona verde se posó sobre la cabeza de toda mi familia, encontrando particularmente agradable mi propia mollera, esa en donde se asentó hasta el día de hoy. 

 

Tal cual un ángel que te arrulla entre sus alas al momento del peligro, mi preciosa chatita, pequeñita y afligida corrió hacia mí para calmar la angustia de su corazoncito.

 

Oh, chatita de mi vida, hoy voy a morir.

 

Quién sabrá el porqué comencé a recordar aquella vez que me hinqué para pedirle que compartiera el resto de su vida conmigo, porque era la chiquilla más preciosa que mis ojos hayan podido ver, porque su peculiar nariz era lo que tanto amaba besar de ella y porque deseaba amanecer al lado de esos ojitos besados por el sol. 

 

Esos ojos que ahora yacían protegidos por una fina capa de cristal que me hacían difícil poder apreciarla. 

 

Sus manos, ajenas a la textura suave que de joven siempre tuvo, me acomodaron sobre la fría y dura cama provisional. Suspiré de alivio sabiendo que no tendré que acostarme ahí un día más.

 

Que preocupación braznó en mi alma de tan sólo pensar en el dolor de mi chatita, el dolor de los tres siempre pequeños girasoles que esperaban pacientemente a las afueras del mundo blanco para regresar al prado de dónde provenimos. 

 

¿Qué he hecho por la gente que hoy voy a dejar? ¿Realmente he sido una persona honrada y seré merecedor de caminar por el pasillo de la luz? 

 

Soy consciente de mis pecados en esta tierra y no habrá sol alguno en el que no me arrepienta, ¿tomarán mi arrepentimiento sincero y me abrirán paso en las casas de nubes y jardines de tulipanes? 

 

¿Será mi casa la más hermosa de todas? Esperaba que sí, quisiera adornarla de preciosas mariposas color ámbar y pequeñas tortuguitas de porcelana, esas que tanto le encantaban a mi sol. 

 

Creo que puedo empezar a visualizarla, tan blanca y tan grande. Con la puerta abierta hacia mí.

 

Pude escuchar los suaves sollozos que soplaban cual brisa fresca de primavera, quizás el aire del nuevo comienzo. Sentía un peso ligero sobre mi cuerpo rígido, unos brazos que pedían ser correspondidos, unos besos que clamaban mi amor una última vez.

 

Por primera vez en tanto tiempo, pude inhalar un aire puro sin sentir el temblor en mis pulmones amenazando con dejar salir todas mis agonías, siempre estuve preparado para esto.

 

Ojalá pueda estrechar en mis brazos a mi chatita otra vez en el más allá. 

 

En esta vida ya no podré más.

 

Porque morí el día de hoy.