Llamas
Diana Gabriela Ralda Gómez
Licenciatura Lengua y Literatura Hispanoamericanas
La casa está en llamas. Adentro, las fotos gritan.
En la recámara el fuego lo ha consumido todo, mientras tus pasos hacen
hueco en el mismo sitio. Maderas y recuerdos que se consumen a pedazos mientras callas.
¿Olvidé algo?, ¿Había algo por salvar? El incendio sigue creciendo.
Estás ahí, sigues adentro.
Caminas por la casa como un animal herido.
El fuego devora tus huesos como un maldito carroñero: con su lengua larga y salada, con sus manos grandes y pesadas.
No reconozco esta casa inmersa en un baile que no termina nunca.
Existe algo que ese amarillo anaranjado que me hace ver tu rostro, la fuerza con la que arrasa con todo, la forma en la que me amenaza.
Solo puedo ser testigo: aquí yacen mis ganas de correr a buscarte, están inacabadas las esperanzas de volverte a ver.
Ausente y mágica velada, lágrima de miel amarga.
Me tambaleo mientras te observo consumirte, pequeño punzón de indiferencia, mira donde has terminado: una llaga que sólo arde, una llaga que solo es llaga.
¿Por qué no corriste antes? Tus largas manos abrazan la casa, eres algo que ya no reconozco.
Dime que tu dormir es distinto, descríbeme lo que añoras más allá de ti misma, dime que no me has abandonado a propósito, dime que intentaste salir de esta noche que encierra tu
latido, de estas llamas que llevan tu sangre.
Veme a los ojos, besa mis labios, hay algo en ese naranja que no me hará olvidarte nunca, la sutil forma de dejarme sin aliento, su inmensa vida entre mis manos.
Este momento es innecesariamente mío, reconozco tu silueta paseando por el lugar: la única cercanía divina que pude palpar.
Esa silueta que ahora solo intimida; astuta e inmensa miseria, ¿por qué tuviste que levantarme?, ¿por qué no dejaste que tu llama también me consumiera? Quiero entenderte mujer que muerde. Este fuego que se apodera de ti, dime que no lo he provocado yo.
Escucho vidrios romperse, recuerdos que ahora lloran; copas de un día de invierno.
Son tus fotos las que arden primero, esas que dejan entre ver la tristeza que posas, las que te quitan la identidad de un golpe, aquellas donde jamás pareces estar.
Más brazas sin cuerpo, razones para cerrar los ojos y no querer ver cómo te vas.
¿Cuándo dejaste que la casa te habitara?
¿Cuándo tu nombre significó otra cosa?
Déjame entrar, déjame sentir el calor de tu pelo.
Despréndete de ese animal carroñero.
Levántate y pelea.
¡Abre ya la maldita puerta! ¡Quiero consumirme contigo! No reconozco otro calor, solo el de tus manos ahora muertas.