Pequeña Luciérnaga

Julia Gutiérrez Gerardo/Lic. en Comunicación 

 

No fue hace mucho, fue un día diferente, de esos que presientes que no olvidarás fácilmente, pero que, por irónico que parezca, terminas olvidando. Aquella noche me fui a dormir más tarde de lo usual, y aunque intenté conciliar el sueño, me costó demasiado. Cerca de la medianoche, una fuerte crisis existencial me sacudió. Hacía meses que no tenía una así. Abrí los ojos y solo podía pensar en una cosa: ¿Qué rayos estoy haciendo con mi vida? Sentía miedo, un miedo paralizante. No quería preocuparme por la "yo" del futuro, porque mi "yo" del presente no sabía a qué se dedicaría toda la vida. Si elegía mal, sería miserable para siempre; al menos, eso decía la gente mayor. Me aterraba pensar en que nunca lograría salvar el mundo, porque me decían que era imposible. No estaba lista para enfrentar la idea de que algún día dejaría este mundo; la muerte, o mejor dicho, lo desconocido, me aterraba.

Mi mente no dejaba de torturarme. Me hizo recordar todos mis errores, me lanzó un sinfín de preguntas sin respuesta, me mostró fotos antiguas que me llenaron de melancolía. Traté de reprimir mis pensamientos, de transformarlos en algo menos doloroso, pero los sentimientos siempre encuentran una forma de salir. Terminaron escapando en forma de lágrimas silenciosas. No estaba lista para enfrentar la oleada de recuerdos, emociones y cansancio. Pero, tras un par de horas, todo quedó en calma. La tormenta cesó y, por fin, mi mente se asemeja a un lago tranquilo. La vida es así: un libro maravilloso con paréntesis extensos y complicados que no todos logran entender.

Pensé que podría dormir al menos un par de horas, pero algo tenía que pasar, ¿verdad? Una pequeña luz me despertó. Era una luciérnaga. Una diminuta criatura que, por alguna razón, revoloteaba por mi habitación. Me levanté con cuidado para intentar atraparla y sacarla antes de que muriera, pero ella se alejaba. En ese momento, su vida se volvió lo más importante para mí. Todo hizo clic en mi cabeza.

Esa luciérnaga era una representación perfecta de todos nosotros. Cada persona es como una pequeña luciérnaga, con su propio brillo excepcional, con sus sueños y deseos. Algunas logran encontrar una ventana por la que salir, pero, al hacerlo, descubren que el mundo exterior no es como lo imaginaron. Entonces, las luciérnagas que aún permanecen dentro las ven como malagradecidas. Pero esa es la cuestión: cuando alcanzamos un sueño, a veces sentimos que nos falta algo, como si perdiéramos nuestro propósito. Pero siempre hay un propósito, siempre hay algo por lo que luchar. Podemos lograr mucho más de lo que imaginamos, incluso con una existencia tan corta. Eso es lo que hace a nuestra vida tan valiosa: el tiempo.

Segundo tras segundo, hora tras hora, semana tras semana, año tras año. No te diré que vivas cada día como si fuera el último, pero sí que valores cada maldito segundo. No hay segundas oportunidades. Si quieres hacer algo, hazlo. Si quieres lograr algo, trabaja en ello. No te rindas. Nadie se convierte en experto de la noche a la mañana; cometer errores es parte del proceso, pero no permitas que eso te detenga. No dejes que nadie te diga de qué eres capaz. Solo tú puedes decidirlo.

A menudo nos dicen que, si queremos algo, "le echemos ganas". Pero la verdad es que las ganas no se pueden medir. Lo correcto sería decir: "dedícale tiempo". Porque el tiempo lo es todo.

Deja de preocuparte por cosas insignificantes. Dedica tu tiempo a lo que realmente importa. Llama a tus padres. Visita a tus amigos. Sal a pasear con tu mascota. Envía un mensaje a ese maestro que marcó tu infancia y dile lo mucho que apreciabas sus clases. Disfruta de una buena conversación con tu familia. Observa el atardecer y, sobre todo, regálate un abrazo. Reconoce lo lejos que has llegado a pesar de los tropiezos. Habla con tu niño interior y demuéstrale que han logrado muchas de las cosas que alguna vez soñaron. Y si hay sueños que aún no has cumplido, empieza ahora. Nunca es demasiado tarde. Nunca se es demasiado viejo para seguir aprendiendo. Siempre hay algo nuevo por descubrir, incluso para aquellos que parecen saberlo todo.

Tal vez no todos los días sean inolvidables, pero en realidad, cada día lo es. Aprende a disfrutar los pequeños placeres de la vida: el calor del sol en tu piel, los amaneceres y atardeceres, las risas compartidas, tus pasatiempos, un buen libro, la brisa fresca, el canto de los pájaros, la buena comida. Mi abuela solía decir: "La comida también es amor". Los descansos también son importantes. La lista de pequeñas cosas valiosas es interminable.

El punto es que disfrutes cada instante. Atesora tus recuerdos. Vence tus miedos. Aprende algo nuevo. Y, sobre todo, nunca olvides que todo es posible con tiempo, esfuerzo, amor, buenas ideas y un poco de suerte.