Liliana Cruz Constantino

Lengua y literatura hispanoamericanas

 

Sobre la muerte ya se ha dicho mucho y se seguirá diciendo. El noticiero mañanero anuncia un asesinato más; un acto repugnante e inhumano, una acción sin censura, una pequeña vida menos en este enfermo mundo. Una noticia que revoluciona el país por la conciencia de que no es ni será el único. Que es solamente un número más en esta enorme cifra que sigue y sigue creciendo con cada segundo que pasa.

 

El café sobre la mesa se enfría lentamente mientras el reportero va leyendo poco a poco los detalles de lo que al parecer es la nota de día. Es lunes por la mañana y solo desearía que fuera jueves una vez más, cuando miraba a ambos lados de la calle antes de cruzar, cuando no hablaba con extraños ni les aceptaba caramelos y siempre le tomaba la mano a mamá. El contacto cálido y suave de su mano contra la mía se siente bien, se siente muy bien; están hechas para encajar perfectamente. Me transmite seguridad esa capa roja de súper héroe que siempre lleva sobre sus hombros y que solamente la puedo ver yo porque soy la razón de que la use. Es una capa de invisibilidad que nos cubre a ambas de los peligros del mundo entero. Amo a mi mamá por eso y mil razones más.

 

El noticiero sigue describiendo la pequeña figura, una fotografía reciente aparece en el televisor y recuerdo con alegría el día en que fue tomada mientras el reportero narra los acontecimientos del pasado viernes. El café se conserva intacto pero ahora también frio y la desolación que siente mamá me pesa, cae sobre mí como antes caía su capa, la reluciente capa que le arrebataron a la fuerza entre lamentos el pasado viernes.

 

Sus lágrimas no me transmiten seguridad, las lágrimas que humedecen sus mejillas me transmiten su tristeza y su pesar. El noticiero sigue pero ella ya no le presta atención, no puede ni le interesa, pues esa nota se la sabe de memoria, cada una de esas palabras se instalan como cuchillas afiladas en su pobre corazón. Las lágrimas han empañado tanto sus ojos que comienza a ver borroso pero no le importa, a mamá ya nada le importa. Ya no puedo pasar mis manitas por su arrugado y hermoso rostro para quitarle esa humedad que no debería estar ahí, esas lagrimas que muy pocas veces vi porque mamá era fuerte. Ya no puedo abrazarla para mitigar un poco ese dolor de su corazón, y eso duele. Duele que me arrebataran todo. Que en un abrir y cerrar de ojos todo se esfumara. Duele que en un simple batir de alas un huracán se lanzara contra mí. Duele ya no tener nada.

 

Pero desde mi sitio la esperare. Aquí el tiempo pasa lento y está bien. Desde mi lugar la seguiré acompañando hasta que esas cuchillas desaparezcan una tras otra, hasta que esas lágrimas se sequen poco a poco, y hasta que su corazón no duela como ahora lo hace. La esperaré como ella me espero a mí; con todo el amor del mundo. Ella me ama y me seguirá amando siempre, aunque me hayan soltado de su mano, y yo la esperaré aquí con una capa nueva que nos cubra una vez más a las dos.