La Leyenda de Gümmer
Érase una vez, un antiguo reino, situado en la más remota de las galaxias de nuestro universo, un pequeño y maravilloso planeta rojo llamado “Chiapita de Corzo”. Lugar extraordinario, abastecido de hermosas praderas y grandes extensiones de agua, con seres fascinantes que desafiaban toda comprensión de las leyes de la naturaleza, cuando contemplabas sus hermosas facciones corporales, fuertes, valientes y muy bien parecidos, conocidos con el nombre de “Culopintos”, éstos, eran hombres y mujeres que poseían un espíritu noble, por demás caritativos y tiernos en sus miradas, pero de entre ellos, había uno en particular, bautizado con el nombre de Gümmer, nuestro amigo era un mal afortunado que, cuando pequeño, sus padres abandonaron en la riviera del río Grijalva, pues había nacido sin las características que hemos descrito de los propios de aquel planeta, logrando llegar a la edad de adolescente, vivía escondido en la cavidad de una cueva.
Gümmer no era popular y mucho menos famoso, no era experto en las artes ni tocaba el tambor y la flauta como todos los jovencitos de su edad, pero tenía una peculiaridad muy especial, poseía un gran corazón, el cual le pertenecía a Keyla –la princesa bacana- y para granjearse su amor debía demostrar su madurez y bravura antes de que ella contrajese nupcias con Fiddo –el archiduque del río Chiquito-.
Sucedió pues, que una calamidad sobrevino sobre el reino de Santa Elena, una criatura extraterrestre a quien los Culopintos llamaron “el parachico loco” atormentaba las aldeas desde el norte, por el reino de San Sebastián, hasta la Unidad Deportiva, desde el sur hasta “el Super Che” y desde el oriente, hasta la Topada de la Flor. Decenas de forajidos eran destrozadas por tal monstruo y Chiapita de Corzo se desmoronaba de a poquito, así que un buen día, vio Gümmer, en la cabeza de ese ser, el camino para la conquista de su amor eterno; pero… ¿cómo?... sólo soy un pequeño muchacho que no posee talento, -se decía a sí mismo -, previo al encuentro decidió internarse en la maleza del Bajío del tío Ángel, lugar apartado de la industrialización y de los vaivenes cotidianos del planeta rojo, en donde practicó el más arduo de los entrenamientos marciales. Una vez preparado para la batalla se jimbó una su jicarita de pozol, pa’ agarrá valor, y se hizo al andar.
Cuando encontró a la aberrante criatura el temor le sobrecogió, las piernas le temblaron y su corazón desfalleció, pero al recordar los brillantes ojos de su amada su espíritu cobró ánimo, dio acometida desde el primero hasta el quinto día del encuentro, cuando de pronto la noticia se hizo pública: “UN HEROE”, “SOMOS LIBRES”, cantaban canciones en honor a su nombre: “SOMOS LIBRES”, tres hurras para Gümmer, un clavel blanco y un minuto de silencio… Gümmer cayó en batalla con la cabeza de aquel engendro en sus manos ¡cayó en batalla!
Tiempo después, los ancianos sabios narraban su historia, le cantaban prosas y de sus labios se pronunciaron grandezas, pero un hombre, sólo uno recordaba la verdadera historia, antes de caer en batalla el héroe luchó con todas sus fuerzas y al rayar el alba del quinto día una paloma trájole la noticia de la ceremonia matrimonial de su amada, en un acto de amargura y gallardía Gümmer cortó la cabeza de su oponente, le colocó un clavel blanco -que fue el mismo con el que lo despidieron-, y escribió lo siguiente:
“¡Oh! Amada Mía, dulce pétalo de otoño, ¿por qué?, por qué no pude decírtelo antes, cómo tuve el valor para encarar a mi enemigo y no el coraje para darte mi corazón, toma la cabeza del monstruo y recíbela como presente de boda para tu nuevo reino”. Por siempre tu siervo Gümmer.
Cuando lloraba lo sucedido los reflejos del monstruo agonizante cobraron la vida de un héroe roto, quebrantado y deshecho.
Aquel joven que no podía, pudo demostrar al mundo que esa semilla, ese pequeño motor, “EL AMOR” tiene el poder para elevar, así como para destruir.
José Juan Pérez Ramos, 2011.