Liliana Adereydi Gutiérrez Gómez
Lic. Comunicación
Son alrededor de las 4:00 pm y estoy esperando la sesión de hoy en crónica periodística. En eso llega un mensaje a whatsapp, es el profesor, ha encargado al grupo realizar un relato para contar las actividades en este 15 de septiembre y proponer un aspecto particular a la historia; un plus.
Me encuentro (desde hace 5 meses) en casa junto a mis padres y hermanos en mi pueblo natal, San Lucas, Chiapas. Un municipio ubicado al centro del estado y a tres horas de la capital chiapaneca. La vida aquí, como en todo pueblo, es más llevadera que en la ciudad. El anuncio de los tamales y arroz con leche se hacen presentes desde las 5:00 am, los pajarillos le dan la bienvenida a un nuevo día y los campesinos se van a sus parcelas para fumigar o fertilizar su sembradío de maíz o frijol, y es que en verdad así trascurren los años aquí; en el cotidiano vivir del campo. El sentir patrio sobrevive justo ahí; ¡ahí la llevamos, poco a poco!
A decir de las fiestas patrias y la manera de festejarlo, puedo decir que las organizaciones políticas, religiosas y particulares acostumbran por la noche llevar arreglos florales al altar que se encuentra en la presidencia municipal, como símbolo de ofrenda y gratitud a “los héroes que nos dieron libertad”. En los hogares san luqueños no es costumbre preparar comidas típicas mexicanas, porque siempre salen a dar la vuelta al parque, bailar con banda (música de viento) y comer tamales que patrocina el alcalde en turno.
He de aclarar también que debido a la contingencia mundial por Covid-19 no se realizó el acto cívico de modo masivo, se redujo a una guardia de honor a cargo de protección civil municipal, las campanas repicaron, los juegos pirotécnicos pintaban el tricolor bandera en el cielo, el asombro de la gente al señalar y levantar la mirada hacían que esta fecha no pasara desapercibida.
No hay nada extraordinario en lo ordinario. Bueno sí; los cohetes de anoche.