Liliana Marroquín Hernández
Pedagogía
“Cuando descubrió que había ganado el avión presidencial”. Estas palabras retumbaban en los cerros que cubren un pequeño poblado ubicado en la sierra madre de Chiapas; enunciado que pronunciaba mi tía Regina con tanto vigor y no era por demás el gran impacto que recibió mi abuelo Rogelio, él nunca había ganado nada en su vida, si lo único que nos alcanzaba para comer todos los días eran frijoles con tortillas y todo gracias a mi abuela que trabajaba de sol a sol en el campo. Mi abuela cuenta que el abuelo toda su vida fue un tacaño, cuando regresaba del mercado solo traía verduras de las últimas para no pagar mucho.
Esta noticia tenía a todo el pueblo conmocionado todos los vecinos estaban llegando uno por uno a visitar al abuelo, incluso personas que jamás habían cruzado alguna palabra en su vida ni para dar los buenos días. La novedad acaparaba los encabezados de los diarios y en la radio era de lo único que se hablaba. Esta noticia ni el abuelo se lo creía, hasta parecía más joven por la sonrisa en su rostro. Él, no era una persona sin dinero sino que ahorraba hasta la monedita más pequeña prefiriendo comer solo tortillas, mientras no gastara él era feliz.
Pero el problema que presidia era ¿en dónde guardaría el avión presidencial? Si ni si quiera tenía una propiedad que fuese suyo, casi toda la familia le estaba sugiriendo lo que podría hacer con su colosal posesión.
En otro poblado habitaba una familia que todos los días se esforzaba por salir adelante, una caluroso tarde, Matilde, la hija menor de una joven pareja, caminaba por las veredas de los cerros, había ido a darle maíz a las gallinas que su mamá tenía en un corral no muy lejos de su pequeña casa. De regreso, debajo de un árbol estaba un señor descansado en la sombra que daba de un árbol. Ella sintió miedo porque no era la primera vez que se lo encontraba, las demás veces el emitía sonidos raros con la boca, Matilde ya se lo había dicho a su padre pero lo único que le decía era que apresurara más el paso.
Ella no sabía qué hacer, por un momento quiso tomar otro camino pero el único otro camino que tenía era uno que llegaba hacia el río, no tenía opción, así que camino más rápido, la noche comenzaba a pintar el cielo, sus pies corrieron tan rápido pero no fue lo suficiente para librarse de aquella maldad desenfrenada de aquel sujeto, despojándola de sus vestiduras y con un grito perdido entre las montañas, su corazón se apagó y sus pupilas se dilataron, los vecinos se reunieron trayendo consigo fuego en las manos para buscar a Matilde.
A lo lejos por la madrugada solo se alcanzaba escuchar ¡quémenlo vivo! ¡Tiene que pagar por lo que hizo! ¡No merece vivir! Mientas un hombre ardía en llamas suplicando redención.
Mientras tanto algunos siguen soñando con el avión presidencial.