C.
Por: Karla Itzel Mazariegos Ramírez
—¿Qué haces aquí?
—Me busco.
—¿A qué te refieres? Tú estás ahí, mírate.
—No, estoy perdido, mi alma no está, mis sentimientos se fueron, solo tengo al viento soplando a través de mí, como si fuera un espacio vacío en el cual pasa la vida, el otoño, la primavera, el invierno y todas las estaciones que puedas imaginar, todo pasa, pero nada siento.
—Que lamentable, ¡cuan miserable has de ser!
—¡Lo soy! Lo peor de todo es que nadie me mira, todos parecen ignorar el hueco enorme y negro que me ciñe el pecho, la sangre se desborda y ellos giran su rostro, como si nada pasara, como si el pesor constante no estuviera aplastando mis entrañas.
—¿Y por qué no buscas la felicidad?
—Porque la felicidad me aborrece.
—¿No será qué tú eres el que huye de ella?
—Yo la perseguí por mucho tiempo, seguí su sonrisa y sus ojos por un largo camino que me llevó a la miseria, fui un navegante sin rumbo, me quedé sin muelle, me hallé gritando en medio de la nada su nombre misterioso una y otra vez, jamás acudió a mí.
—¿Y qué hay del amor? Los seres humanos siempre sustituyen su felicidad por el amor.
—Eso es un truco, el amor sirve como un maquillaje a todas las cicatrices que llevamos, es como un parche que esconde nuestra verdadera tristeza, el vacío, pero cuando el amor se va, ¿qué nos queda?. ¡Nada! más que solo el mismo vacío y aún peor porque nos deja creyendo que necesitamos esconder esa marca, buscando más y más parches, pero no hay dos iguales en el mundo, al final terminas despedazado con trozos de parches por doquier sin que ninguno logre esconder los vacíos interminables.
—¿Quieres decir que el amor es… algo que nos inventamos para ocultar nuestras demás necesidades?
—El amor puede cubrir todas las penas, traumas, dolores, tristezas, pero cuando se va, te vuelves adicto a esa anestesia que tenías para sobrevivir, cuando se va te deja sin identidad, sin rumbo, a la deriva y sin una brújula.
—¿Entonces el hueco en tu pecho no se llenará jamás?
—No hace falta, solo necesito volver a ser yo, encontrarme entre todos estos pensamientos, este escombro que dejaron aquellas promesas y anhelos, si me encuentro podré seguir mi camino, si logro por fin hacerte callar, podré vivir.
—¿Qué pasa si no te hayas? ¿Si te pierdes en mí?
—Seguiré a la vida hasta mis últimos suspiros, entre este vacío y el susurro del miedo, así hasta desintegrarme, volveré una y otra vez a ti, pero clavaré mis uñas en lo más profundo para no perderme.
—Si la vida y el amor te parecen tan miserables, ¿qué hay de la muerte?
—La muerte podría ser una buena amiga, pero la muerte es fría, violenta y despiadada, tan despiadada que no se atreve a mirarte cuando más lo necesitas, ella te mira fijamente cuando tú la ignoras, es lo que te asecha y mientras tanto disfruta de la tormentosa existencia de los humanos.
—Me parece, amigo mío, que la muerte te ha dado el regalo de tener vida a través de ella, porque tus ojos ya no tienen brillo, tu sonrisa no es genuina, no puedo ni ver más allá de ti, creo que no tienes nada por lo cual deberías de seguir aferrándote a encontrar tu ser, dejar de luchar en tu mísera y mortal existencia sería tu escape.
—Y así terminamos todos —dijo C mirándose al espejo—. Solos, agonizando mientras cantamos, reímos, bailamos, besamos, acariciamos, escribimos; hablando tus crisis en un espejo, tomando una copa de vino, vomitando tus sentimientos sobre tu máquina de escribir, siendo tu propia voz interior, esa que te dice “no tienes nada, nada a lo cual aferrarte, estás solo, ya no eres el mismo de antes, el brillo en tus ojos ha desaparecido, tus sueños ahora sirven de burla para los que te conocen, ni siquiera el amor puede darte salvación.” —observó su reflejo una vez más y estrelló su mano contra el vidrio—. Sí, así terminamos todos, es una condena, lo sé, pero no es el final. La historia continua mientras tus pulmones tengan aire y tu corazón siga palpitando.