Mal viaje
Por: Víctor Abel Mijangos López
1
Alejandra deja la taza de café sobre la mesa luego de dar un sorbo; una mancha marrón le queda en el labio inferior. David la mira, medio absorto, como si pudiera ver a través de ella.
-¿Qué?
-Tienes… -la señala.
Ella se pasa la mano. Le sonríe, cerrando un poco los ojos, singularmente apenada. Y él sabe exactamente lo que va a decir.
-¿Estás bien? Te siento un poco…
-Distante.
-Sí, eso. ¿Qué pasa?
-Nada. A veces solo me voy.
El atardecer es brillantísimo, una enorme pantalla de luz roja impactando contra el cristal. Como sangre derramada de algún dios muerto, divaga David; la imagen del pensamiento es tan clara como si ya hubiese imaginado eso muchas veces antes.
Levanta su taza y bebe. Sabe horrible, demasiado dulce, se ha pasado con el azúcar. Hacía unos minutos era demasiado amargo. Jamás consigue un equilibrio exacto. No sabe por qué sigue tomando café si siempre le sabe asqueroso. Su estómago se retuerce; tiene hambre, pero no ha pedido nada de comer porque apenas tiene dinero para regresar a casa. ¿Dónde queda eso?, piensa; ¿Dónde está casa? ¿Qué transporte lo lleva hacia allá?
La mira, Alejandra no dice nada, solo está viendo hacia fuera, a través del cristal. David se pregunta cómo puede observarlo sin que sus ojos se irriten por la luz, él apenas puede voltear un poco la cabeza sin sentir que su rostro se incendia en llamas invisibles. Cuando ella se voltea hacia él, ve cómo ha vuelto a tener una mancha en el labio, ahora, superior. David se inclina sobre la pequeña mesa y la besa. Siente un regusto a café tibio. La continúa besando, hundiéndose en sus labios, explorando su boca para volver a confirmar que ahí hay un hogar que lo llama. Con los ojos cerrados y la lengua en otro lado, ya no está ahí. No percibe labios ni una presencia externa. Está lejos, en un sitio oscuro y vacío. La boca de repente sabe a cenizas y de sí exhala un humo que hiede a melancolía.
Abre los ojos. La persona que está frente a él tarda unos momentos para materializarse en Alejandra. Hay una serie de crujidos que provienen de ella, su cuerpo se deforma, se rompe, se acomoda. Su sonrisa invertida da una vuelta de ciento sesenta grados. Las cuencas negras de sus ojos adquieren pupilas. La peste que despide es incomparable: el olor de un cuerpo descompuesto que se ha dejado al sol por mucho tiempo. Poco a poco, eso se convierte en una fragancia dulce, propia de ella. Cuando la cosa finalmente acaba su metamorfosis y vuelve a ser Alejandra, dice:
-Ya va a venir mi papá, ¿Nos vamos, amor?
-Pide la cuenta.
Alejandra llama a alguien y la pide. Cuando el mesero vuelve, David alza la cabeza. El cuello hace un esfuerzo enorme para subir, como si no estuviera predeterminado para tal movimiento. El tipo frente a ellos, que acaba de dejar la cuenta sobre la mesa, tiene la cara desgarrada. Trozos de carne y piel putrefacta, como si una bandada de cuervos se la hubieran devorado.
-¿Nos vamos? -dice Alejandra, ya de pie.
David ve la cuenta. Ya hay unos billetes ahí. Al regresar la mirada, el mesero se ha ido. Se para. Mira alrededor. El sitio está vacío, pero sigue oyendo el murmullo de conversaciones ajenas a su alrededor. Un miedo asfixiante lo invade, toma la mano de Alejandra y sale de ahí lo más rápido que sus débiles piernas le permiten.
Afuera solo están las luces centelleantes de los postes en las esquinas y el rugido del tráfico que no se ve, de los coches que no pasan, de los faros que transitan con fugacidad. Más allá, solo oscuridad, una negrura que se acerca como una monumental nube tóxica. Y Alejandra, en la orilla de la acera, viendo hacia la calle como si hubiera realmente algo que mirar. Se inclina para besarlo y entonces David llora, las lágrimas que apenas siente más que el viento inexistente.
-¿Qué pasa, cariño? -pregunta.
-Tengo mucho miedo. Te irás pronto y me quedaré aquí, solo.
-David, yo ya me fui. ¿En dónde crees que estás?
La respuesta se tambalea en su garganta antes de salir en titubeos temblorosos. Ha comenzado a hacer muchísimo frío.
-Contigo -responde-. Hoy hacemos medio año, ¿verdad?
-Eso pasó una vez, hace mucho tiempo. Me dejaste dos días después. Me fui. Pero tú nunca saliste de aquí. ¿Qué es un mal viaje, David?, ¿un sueño? ,¿una pesadilla?. Tanto lo deseaste que al fin has llegado.
Un carro se detiene en la avenida. Alejandra corre a abrazarlo, David la aprieta contra él con fuerza, tratando de detenerla, de hacer que se quede, pero cuando parpadea sus brazos se encuentran abrazando sus propios hombros y ella está dentro del carro, despidiéndose con la mano. Se aleja. El bullicio sin rostros permanece. Las luces continúan cegándolo. La nube oscura avanza hacia él. Y David comienza a caminar hacia ella.
2
Alejandra deja la taza de café sobre la mesa luego de dar un trago. Tiene una pequeña mancha oscura cerca de la mejilla izquierda. David la mira, sonriendo.
-¿Qué? -dice ella.
-Te amo.
Alejandra le devuelve una sonrisa sin dientes.