Los 13 besos
Raquel Esther Yelisheba Long del Barco
Licenciatura Lengua y Literatura Hispanoamericanas
Le hubiera gustado poder decidir qué haría ese viernes a las trece horas, pero, según la sociedad, a su edad no podía tomar su destino entre sus propias manos. Se levantó, como de costumbre, a las siete de la mañana, por error o por descuido, con el pie izquierdo. “Hoy es un día maldito.” Susurró su madre. “Finalmente.” Sonrió feliz. Le dio un beso al gato negro de su vecina. Y esperó a que fueran a recogerle. “¿A dónde vas?” Inquirió su madre. “Me llevarán a un lugar donde puedan cuidar de mí.” “¿No quieres estar conmigo?” “¿Me comprarías un helado?” “No.” Contestó con tristeza la madre. “¿Y qué haces?” “Mirarte. Todo el tiempo.” “¿Como cuando me llevabas al parque?” “Sí, mi amor.” “Ya llegaron. Nos veremos pronto, ¿verdad?” “Sí, claro que sí.” Los enfermeros le dejaron a solas en su nueva habitación. Se despidió de su familia, un beso por cada nieto. Se recostó, entre velas, flores e incienso y le dio el treceavo beso a la foto de su madre, por ser su cumpleaños. “Te reservé tu número favorito.” Tomó con un suspiro la mano de su madre. Ambas siluetas se perdían a lo lejos, dentro del reparador sueño, esperando con ansias el día del pan de muerto y champurrado caliente. “¿Me extrañaste? Yo a ti sí, y mucho.”